No lleva ni un mes el nuevo Gobierno
asumiendo tareas de responsabilidad, y ni siquiera, ha tenido una tregua, como
diría la vicepresidenta, “no de 100 días, si no de 100 horas”.
Es cierto que, al margen de la
corrupción, causa principal y/o detonante del cambio, la derecha ha dejado como
herencia un país totalmente descosido. Ante este reto, numerosas iniciativas se
han puesto en marcha y en la calle se
respira y se camina de otra manera.
Se han generado muchas y variadas
expectativas que tan solo el paso del tiempo nos va a decir si son posibles
llevarlas a cabo. Las dificultades no son menores, pero, no cabe la menor duda,
que la formación académica y profesional de los actuales ministerios lleva
consigo una gran diferencia con otras épocas.
En muchas ocasiones, el etnocentrismo
domina las actuaciones. Se sienten el centro del Universo, y no es baladí el
pronunciamiento de la gente cuando, una y otra vez, repiten que una característica
dominante de “los que mandan”, es permitir que nadie les haga sombra.
Por eso, con el nombramiento de estos
altos cargos cabe preguntarse, ¿ por qué no se ha hecho antes con más
asiduidad?
Una vez definido el organigrama,
detectada una primera hoja de ruta, planificadas las primeras actuaciones, nos
chocamos, como por otra parte era previsible, con la oposición de aquellos que
fueron desalojados del Poder. Quizás, intervenga en este sentido un factor de
patrimonialización que suele tener la derecha, cuestionando incluso los valores
democráticos, al verse en la necesidad
de pasar a la oposición.
Quizás lo que suceda es que no son
conscientes del enorme agujero que han creado en la credibilidad de las
instituciones, y prefieran seguir horadándolas o permitir que la ciudadanía
siga alejada de sus servidores públicos.
Pero de momento contamos con nuevos aires
y por eso, y tal como cantaba Melendi,
tendremos que convenir, ante los llantos del PP, “¿No crees que ya es muy tarde
para tener prisa?
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