Esta semana se han fallado los
premios literarios de la Diputación de Cáceres. He tenido el honor, y a la vez
el privilegio, de formar parte del Jurado de Novela. Aunque puede parecer un
tópico alegar el elevado nivel de los participantes, sí que me parece oportuno,
resaltar el estímulo que sirven estos certámenes para incentivar la lectura.
En paralelo estamos asistiendo a la
proliferación y al reconocimiento de los clubes de lectura, tanto con adultos
como con niños. Por cierto, excelentes las noticias que recibimos de las
iniciativas llevadas a cabo en algunos centros escolares sobre el uso de las
nuevas tecnologías, la vigilancia del cumplimiento de las normas ortográficas y
el seguimiento de su uso que se hace por celebridades y personas famosas en las
redes sociales.
Volviendo al tema de los Premios Literarios es
muy interesante la labor que hacen los profesores para implicar a los alumnos
en el inicio de los procesos creativos. En este sentido me parece plausible que
las instituciones, al margen de primar la excelencia con el fallo de obras
consagradas, llegadas de todo el mundo, sean capaces de apoyar con apartados
específicos la dotación de menciones honoríficas para los adolescentes que
comienzan a publicar y que se apasionan, no sólo con leer, sino también con
sentirse leídos.
Volar con la imaginación, vivir otras vidas,
conocer muchas historias, evadirte o al contrario introducirte en realidades
desconocidas son algunas de las muchas
oportunidades que te permite el paso de las páginas de un libro.
El discurrir por un teclado o la velocidad de un
bolígrafo que desplaza y ordena las palabras es una experiencia que te inunda
de sensaciones extraordinariamente placenteras.
Compartir estas vivencias con gente próxima,
desconocida, anónima, diversa y recibir, en muchas ocasiones, respuesta a las
reacciones que provocan en ellos tus impulsos, es algo sencillamente
indescriptible.
En un entorno tremendamente vertiginoso, la
pausa serena de una lectura sosegada, la reflexión frente a la abreviatura, la
profundidad de los mensajes frente a la simplicidad de los pronunciamientos, es
un imperativo al que no deberíamos renunciar. Sigamos, pues, en ello.