domingo, 25 de abril de 2021

LACERANTE

Estamos habituados ya a encontrarnos en campañas electorales permanentes, al margen del tiempo que falte para la convocatoria electoral. Dentro de estos procesos, parece que una de las estrategias mejor definidas por algunos partidos es la de sentirse ofendidos. Coloquialmente es lo que venimos a definir como tener la piel muy fina y así, cualquier pretexto resulta bueno para desviar la atención y no presentar propuestas. Suele resultarle eficaz principalmente a las derechas ( a veces cuesta diferenciar a un conservador o a un moderado como históricamente se les reconocía, de un extremista, radical o incluso antisistema). De este modo, se busca la provocación. Y se utiliza como excusa la supuesta defensa de la libertad. Se puede hacer lo que se quiera si las leyes lo permiten. Indudablemente sí. Lo que resulta lacerante es si previamente sabes las consecuencias, no siempre buenas para la mayor parte de la ciudadanía, por qué empeñarte en seguir adelante. La respuesta está en el rédito político o electoral. Lamentable pero cierto. Nos hallamos ante una pugna entre lo que se considera verdad y lo que es verdad. Es muy complicado convencer con la batalla del relato. De esta manera, se trata de vencer con la profusión de hechos consumados. Se presentan escenarios de conflicto en los que el resultado del enfrentamiento se procura mostrar cómo motivado siempre por los otros. La sorpresa podría ser que las víctimas, si se incide en los antecedentes, serían las causantes de muchos de los incendios. Quizás no por acción, sino por premeditación. No va a haber diminutivo que sirva como ejemplo para clasificar a aquellos que quieran denigrar. En lugar de socavar con argumentos la credibilidad se dirigen como objetivo sustancial hacia la dignidad. El sentimiento de culpabilidad que se pretende transpolar hacia el otro lado, el tiempo ha demostrado que no se mueve por mucho valor, más producto del marketing que de la razón, se quiera mostrar. Por todas estas razones, es cada vez más importante profundizar en el conocimiento, incluso iría más allá, en la exhibición de los valores democráticos. Hoy, al igual que en el periodo de entreguerras ( fundamentalmente en la década de los 30 del pasado siglo) nos encontramos en la disyuntiva de la lucha por la democracia. Y no es precisamente la izquierda parlamentaria la enemiga. Quizás sea la que más haya pagado por su defensa.

domingo, 18 de abril de 2021

FASTUOSIDAD

Venimos viendo, observando, escuchando, numerosas apelaciones a recuerdos pasados o a evocaciones de eventos multitudinarios. Nos presentan paralelismos en cómo fue determinada situación hace un par de años y cómo está la calle, la plaza, la playa, el campo… hoy el mismo día. Se trata de estimular nuestra añoranza y más ahora, en primavera. Una época del año en la que predominan los festejos multitudinarios. Fiestas populares, procesiones de Semana Santas, puentes o minivacaciones en playas, montañas y ciudades monumentales. Escapadas rurales, numerosas romerías y giras campestres. Festivales de música, teatro o libros. Una pena ver hasta hace tan poco los escenarios repletos de gente y ahora tan vacíos. En definitiva, un sinfín de espectáculos visuales donde antes se concentraban miles de personas y que se están encontrando con lo que, coloquialmente hablando, se denominarían “ batallitas de los abuelos”. Esperemos que no. Sin embargo, ¿por qué digo esto? Pues debido a que como nos vienen avisando las autoridades sanitarias, las normas de prevención motivadas por la pandemia parece que han venido para quedarse: mascarillas, distancias sociales, máxima higiene…. Incluso, nos recordaban los medios de comunicación las nuevas tendencias hacia algo tan nuestro como los besos. Se quiere imponer la costumbre social de dudar antes de hacerlo. Se están empezando a hacer estadísticas hasta del cambio de paradigma entre hábitos que teníamos interiorizados como habituales. Para concluir, nos encontramos ante una escenificación de las actuaciones en público, por un lado, cada vez más desprovistas de parafernalia, y por otro, con ausencias de protagonistas que hacen, en muchas ocasiones, muy complicado llevar a cabo determinadas iniciativas. Las nuevas formas de comunicación, la mirada hacia las recreaciones basadas en la tecnología o quizás el propio impulso en la búsqueda de nuevas modas de relacionarse la gente, incluido sus tiempos de ocio, podrían hacer historia de añejos acontecimientos. O a lo mejor, la mayoría perviven bajo nuevas cautelas en ese deseado nuevo tiempo que todos anhelamos Sin embargo, de momento y parafraseando a Quevedo “ Miré los muros de la patria mía, un tiempo fuertes, ya desmoronados…”

domingo, 11 de abril de 2021

TRANSICIÓN Y PACTOS

Leyendo el trabajo de fin de Máster del historiador Jesús Movellán Haro se desvelan, alumbran o corroboran algunos mitos sobre este periodo de la reciente Historia de España. En primer lugar podríamos hablar del debate acerca del espacio cronológico que abarca. Pese a algunas disonancias, la mayoría de autores coinciden en señalar que la Transición en España culminó en 1982 con la victoria por mayoría absoluta del PSOE en las elecciones generales de octubre de aquel año o si se quiere prorrogar un poco más, se aguantaría hasta 1986 con la entrada de nuestro país en la Unión Europea. Lo que sí parece atrevido hablar es de un “pacto de silencio” siendo este asunto tratado a día de hoy en miles de libros, documentales, programas…, si bien es cierto que muchos se han centrado en las biografías de personajes como las de Suárez y el Rey y se echan en falta más estudios en profundidad de otros protagonistas esenciales como Torcuato Fernández Miranda, Carrillo, Felipe González o incluso sobre el papel de los colectivos sociales y culturales, el feminismo, las aportaciones de los intelectuales, los medios de comunicación… Otro aspecto reseñable y que sería aplicable a la actualidad, es que a la política no se viene a hacer amigos, como hemos escuchado en más de una ocasión. Sin embargo, tendríamos que analizar el papel que desempeñan las relaciones personales en determinados nombramientos. Pongamos el ejemplo de Suárez como Presidente del Gobierno. Siempre se ha hablado de la proximidad que tenía en un principio al Rey y de lo bien visto que era por los próceres del Régimen, incluido el propio Arias Navarro, debido a su anterior cargo y a la trayectoria política que llevaba hasta ese momento. Frente a él teníamos la oposición de opciones más presuntamente aperturistas como las de Areilza o Fraga. Y miren ustedes cómo terminó. Finalmente una de las características esenciales de la Transición fue la modernización. Las miradas que hacían los españoles a procesos similares en Europa e incluso a América Latina. Huntington lo denominó “ la tercera ola democrática”. Pero hay autores que no creen que España deba ser incluida en este caso. En nuestro país ya teníamos un antecedente de democratización en el siglo XX con la llegada de la Segunda República. Lo que sí estaba claro, era la incertidumbre. No se sabía que iba a pasar exactamente después del denominado “ hecho biológico” ( la muerte del dictador). Temas como la amnistía de presos políticos, el debate sobre las autonomías, la forma del Estado… fueron decisiones de los primeros gobiernos y de los responsables de los partidos políticos y colectivos sociales. Historiadores como Santos Juliá o Álvarez Junco nos apelan a que faltaba ( y falta incido yo) cultura democrática. Pongamos, pues, remedio.

domingo, 4 de abril de 2021

EPATAR

¿Qué puede a estas alturas producirnos admiración o asombro? Es decir epatar. Si hacemos un resumen de los acontecimientos más relevantes a lo largo de la semana, nos percataremos de que para que esto se produzca, se deben dar condiciones como salirnos de la norma, pasarnos de la raya, ver cosas o situaciones inhabituales… Todo ello que, en principio, quedaría englobado dentro de lo anormal, resulta como si de un circunloquio se tratara, que lo realmente epatante va perdiendo su significado hasta, guste más o guste menos, convertirse en lo que sucede repetidamente en cada vez más ocasiones. Pero dejemos de hablar en abstracto y bajemos al terreno de la concreción. En nuestra vida cotidiana, durante los últimos meses, como todos sabemos incluso ya pasada la frontera del año, estamos padeciendo una terrible pandemia que nadie duda en juzgar como dramática en todas sus consecuencias. Del mismo modo, parece que nos hemos conjurado para combatirla. Parece que hay consenso en luchar para minimizar sus efectos. Sin embargo, la noticia que día tras día inunda todos los informativos es la de la gente que entiende que no hay absolutamente ningún problema en continuar como si en su vida no existiera este paréntesis. Fiestas multitudinarias, gente en la calle fuera de las horas establecidas, mascarillas bajadas en circunstancias cada vez más diversas, dudas y más dudas En otro orden de cosas, cuando creíamos que la política daba pasos adelante en torno a la honradez. Cuando pensábamos que la sombra de la corrupción se reducía a titulares del trabajo de los tribunales sobre hechos pasados hace algunos años. Cuando intuíamos que alrededor de los grandes problemas los diferentes grupos políticos, aprendiendo de su pasado, iban a construir asimismo grandes acuerdos. Es en ese momento, en el que aparecen de nuevo sospechas de compras de cargos y escaños, involuciones de determinados personajes que bajo la apariencia de que con el tiempo se percatan de que se encuentran mejor en otro espacio del espectro, en realidad se demuestra que con el tiempo lo que han buscado es la mera supervivencia. O si nos vamos a la creación de gobiernos, de nuevo volvemos a la vieja dialéctica de los vetos, del estancamiento y de las presiones hasta el último minuto. Muchas más cuestiones podríamos abordar como por ejemplo las relaciones entre leyes y deseos de la ciudadanía. O entre solidaridad sin fronteras. O entre negocios e ideologías. O finalmente entre limpieza, deseos de superación, avances tecnológicos y científicos o deporte y salud. Una vez más, no se deja nada atrás.