Leyendo el fin de semana pasado un
artículo de opinión del profesor Álvarez Junco sobre responsabilidades
colectivas en la Historia, me vienen a la memoria, entre otras muchas más
cosas, reflexiones sobre la culpabilidad de las sociedades, en su conjunto o a
nivel individual de sus integrantes, en los diferentes procesos o momentos
históricos que nos han precedido.
Pongamos algunos ejemplos que han salido
al debate público recientemente. Uno de los casos más mediáticos fue la
disparidad de posicionamientos en torno a la conocida como leyenda negra
española y que ha dado lugar a trabajos de investigadores sobre la imperiofobia
o por el contrario la imperiofilia. Al hilo de este contraste de opiniones y
más cerca de nosotros tenemos en Extremadura todo lo que rodea a la figura del
papel de Hernán Cortés y las relaciones de España con México.
En todos estos casos se ha pretendido
juzgar bajo el paraguas del presentismo actuaciones sacadas de su contexto
temporal y cultural. Sin embargo, por otro lado, no podemos obviar las
cuestiones éticas que son imperecederas.
Así podemos transitar desde la
comprensión de los fenómenos sin implicar su aprobación. También puede
servirnos la aceptación como paso previo al aprendizaje y con la idea de evitar
que se reproduzcan males mayores.
Está claro que la multiculturalidad en la
que nos desenvolvemos es el fruto de la herencia del paso de los años, de las
distintas razas, lenguas, culturas… por un mismo espacio.
Hay otros modelos de conducata, como la
responsabilidad en el mantenimiento de las dictaduras (la que más nos afecta,
la franquista), donde el peso de la Historia no puede hacernos decir que la
culpa fue de todos, pues sería lo mismo que decir, que no fue de nadie. Salvo
los que abiertamente lucharon contra lo que representaba el Dictador, el resto
tienen que soportar bajo sus espalda diversos grados de culpabilidad, que pasan
desde aquellos que la aceptaron e
incluso la exaltaron, hasta los que se mostraron sumisos, pasando por los que discurrieron
bajo el silencio o el miedo.
Parafraseando a Fito, “ no he perdido la
razón, pero tampoco la he encontrado”.