domingo, 25 de julio de 2021

LACERADO

Tristes, infelices, con bajo estado de ánimo, lacerados… así nos encontramos las personas de bien cuando escuchamos declaraciones de la derecha defendiendo la presunta culpabilidad de un régimen democrático, como fue la Segunda República, en el inicio del desgraciado conflicto entre españoles que fue la guerra civil. Señalando el comienzo del episodio bélico no fue un golpe de Estado. Justificando la iniciativa. Revisando la Historia. Y lo peor de todo, el silencio cómplice de los dirigentes del PP que no tuvieron el sentido común, ni siquiera, de matizar tan lamentables declaraciones en un espacio público y ante los medios de comunicación. Lo cual representa un altavoz y un aldabonazo que corrobora o afirma el despropósito. Por todo ello cobra mayor significado el hecho de que se haya aprobado el Proyecto de una nueva Ley de Memoria Democrática. Un texto que amplía, pone al día y supera algunas limitaciones de la actual Ley en vigor. Del mismo modo supone una coordinación con las cada vez más numerosas normas autonómicas aprobadas por los Parlamentos regionales en los últimos años. Porque, como se cita en su argumentario, el olvido no es una opción en Democracia. Porque tenemos que poner en su justo término el catálogo y la consideración de las víctimas de la represión y de la Dictadura franquista. Porque, de nuevo, es importante rescatar de la deliberada amnesia el papel que tuvieron las mujeres en todo este desgraciado proceso que supuso el poder sacar adelante multitud de familias señaladas por el oprobioso régimen durante más de 40 años. Y además porque todo esto no podemos dejarlo en manos del generoso voluntarismo o del extraordinario papel que han venido desempeñando Asociaciones Memorialistas y ONGs. Tiene que ser una política de Estado. Las Administraciones públicas deben hacerse responsables y ejecutoras para que ni un solo español siga yaciendo en una cuneta o en el fondo de una mina. Y para los historiadores resulta fundamental que se proteja el acerbo documental y el depósito archivístico. Un elevado número de expedientes que paulatinamente tienen que ser de acceso generalizado para cualquier investigador o incluso para cualquier persona que tenga necesidad o interés en consultarlo. Finalmente no quería obviar que detrás de todo estamos hablando de Derechos Humanos. Estamos hablando de la imperiosa actitud de consolidar las garantías de no repetición. Estamos hablando, en definitiva, de no permitir que sigan en los espacios públicos una simbología que exalta las Dictaduras y que, como mínimo, precisa de una adecuada resignificación.

domingo, 18 de julio de 2021

INDOLENTE

Con el paso del tiempo quieren dirigirnos la opinión para hacernos ver que nos hemos acostumbrado a no conmovernos. A no sentir nada especial frente, por ejemplo, a grandes catástrofes o como citaré a continuación, a situaciones que afectan a los demás, pero que, por muy desagradables que sean, no nos tocan de cerca. A veces esa indolencia se altera porque conocemos, aunque sea de manera muy indirecta, algún caso similar. Otras, preferimos colaborar en oleadas de campañas de caridad o de solidaridad colectiva y temporal que hacen que, por momentos, nuestras conciencias se reblandezcan. Parece que lo dejamos todo en manos de los profesionales o de los técnicos. Como en tantos ámbitos de la vida contemporánea, la ideología, en estos casos los derechos humanos, también tienen su cuota de burocracia y su parcela definida desde las Administraciones públicas. Así, unas veces con mas fortuna o sensibilización, de acuerdo con el lugar del espectro desde el que se gobierna, se pone más o menos el acento en minimizar las consecuencias o en atajar las causas. Una vez más la pugna entre el liberalismo individualista y la socialdemocracia que procura la acción de un Estado benefactor y redistribuidor o al menos corrector de desequilibrios. Llegados a este momento quería lanzar un aviso de que la política también se puede hacer desde los consensos. Desde las cesiones. Desde el reconocimiento al trabajo de los demás. Así sucede en ocasiones en los Parlamentos. Lejos del ruido, que es lo que queda como noticia la mayoría de las veces, se aprueban, bien por unanimidad de todos los grupos con representación parlamentaria o bien por acuerdos de diferentes fuerzas, propuestas, declaraciones, iniciativas... Es la muestra de que somos capaces de ponernos de acuerdo. No es una excepción como suele transmitirse hacia fuera. Somos capaces, además, de escuchar las demandas de la sociedad civil organizada de manera usual. Somos capaces, en definitiva, de aportar matices, de enriquecer textos, de debatir de manera puntual algunas cuestiones, pero sin trazar finalmente líneas rojas que hicieran peligrar acciones común. Pese a que no siempre sea así, o al menos en todas las posibilidades deseables. Por todas estas razones, a base de trabajo y de esfuerzo, es motivador corroborar que si se quiere, se puede. Hay acciones que, pese a que mayoritariamente no se consideren prioritarias, forman el alma de lo que debe ser un servidor público: despojarnos del yo, pensando y poniéndonos en el lugar de los otros.

domingo, 11 de julio de 2021

COHIBIDO

Ahora que volvemos a encontrarnos en multitud de actos sociales. Volvemos a los encuentros presenciales ( si bien mantenemos las actividades virtuales, que como se ha insistido últimamente, han llegado a nuestras vidas para quedarse y aumentar su frecuencia). Asistimos a celebraciones, convocatorias, espectáculos… es entonces cuando nos encontramos de nuevo con actuaciones en las que la duda, en determinados perfiles personales hace que te mantengas más callado que cuando te refugias en las redes o tras la cámara de una pantalla. Cierto es, que somos muy dados a hablar de todo. A simular especializarnos en cada tema que se aborde y perorar acerca de cada cuestión que se plantea. Por eso, vemos que cuando estamos cara a cara, otra vez se reproducen, en mayor número de lo habitual, actitudes reservadas, el miedo al ridículo ( no siempre, pues se escucha cada cosa, cuando se pierden los complejos…), el no ser tú el que tengas siempre la última palabra. Cohibidos ante aquello en lo que no podemos mostrar nuestras habilidades. Donde no podemos aportar nuevos puntos de vista. Donde ni siquiera enriquecemos los debates, sino que tan sólo ganamos tiempo, que no notoriedad. Prefiero hablar en aquellos momentos donde tu visión de la realidad aporta novedades. Rebate argumentos. Despeja incertidumbres. O incluso genera nuevos interrogantes. Hace años se denominaba a estas tipologías que no se constriñen, que no se callan, que no evaden ningún tratamiento de asuntos de actualidad, como charlatanes. Peyorativamente a algunos tertulianos de medios de comunicación se les encasilló en esa categoría. Hoy, tras tanto tiempo en casa, refugiados de las reuniones frente a frente, con la ausencia del calor físico próximo, tenemos la oportunidad de recuperar el valor de la palabra en su máximo esplendor. Es decir, utilizarlas cuando y como sea necesario y preciso. Evitemos las sobreactuaciones. Huyamos de la farsa. Introduzcamos el silencio en muchas de nuestras apariciones como síntoma del deseo perenne de aprender. De asimilar. De captar lo mejor que nos pueden ofrecer nuestros compañeros de auditorio o simplemente de mesa. Hay momentos en los que estar cohibido no es sinónimo de debilidad ni de ausencia de controversia. Es el turno de saber escuchar para poder transmitir lo oído en muchos otros lugares.