domingo, 29 de marzo de 2020

RÍSPIDA


La semana pasada hacíamos alusión, y se ha venido repitiendo durante estos días, a tragedias pasadas. Nos refieren el hecho de que esta pandemia no es algo original en el devenir de la Historia. Se nos han mostrado algunos ejemplos demoledores y para los que la solución fue igualmente dura o tremenda: la peste negra de 1348, las epidemias que mataron a miles de indígenas al contacto con los colonizadores, la falsamente denominada gripe española de 1917 o más recientemente el ébola, el dengue, la gripe A o el SARS.
En todos estos casos el carácter de sufrimiento, la dificultad para soportarlo, hicieron que fuese ríspida la actitud de todos los involucrados. Dureza, en definitiva, que como se está demostrando, indica esa capacidad del ser humano de lucha por un objetivo común cuando tiene claro que el individualismo no le va a poder salvar.
Por esa razón estamos atravesando por los momentos en los que valoramos lo que teníamos cuando se pierde. Recuerdo, a modo de anécdota, las lamentaciones que tuve cuando hace unos meses me fracturé un brazo, lo cual me ha ocasionado una serie de limitaciones para desarrollar mi vida habitual.
Ahora nos pasa con el deseo de contacto, de comunicación social… precisamente en una época en la que criticamos el ensimismamiento de las generaciones más jóvenes ( y ampliable cada vez más al resto) pendientes más de una pantalla, lo que hemos dado en convenir como vida digital, que de la vida real.
Es necesario, por lo tanto, valorar lo que tenemos y perdemos. Ya lo recuperaremos, pero esa obsesión por volver, ese impulso arrebatado de recordar lo que éramos, nos tiene que servir para cambiar nuestro sentido de la vida. No nos merecemos hacer tabla rasa dentro de unos meses como si esto no hubiese sucedido nunca. Tenemos que apelar a la Memoria para hacernos, de nuevo, fuertes en nuestras posiciones.
He leído al filósofo Víctor Bermúdez una sentencia que comparto y parafraseo: aprenderemos que quizás el tiempo al que ahora llamamos perdido, no es éste, si no buena parte del anterior.




domingo, 22 de marzo de 2020

FRAGILIDAD


Evidentemente estos días no podemos sustraernos a concentrar nuestras energías en reflexionar sobre la situación a la que hemos llegado. Y poder llegar a ser conscientes de los grandes avances que se pueden producir cuando actuamos juntos y, sobre todo, cuando somos capaces de ceder en pos de lograr un objetivo. Es ahí donde nos damos cuenta de nuestra fragilidad.
Y es ahí donde la Historia, de nuevo, nos ha enseñado que aunque nos parezca insólito, ya hemos pasado por situaciones similares y al final, con enormes sacrificios se ha salido adelante.
Eso sí, esta vez queremos hacerlo poniendo hincapié en no dejar atrás a los más vulnerables. En evitar la lucha por la supervivencia sólo de los más fuertes. En obsesionarnos con esa población que menos recursos tiene para su defensa.
Siglos atrás las denominadas crisis de subsistencia diezmaban a la población. Nuestra dependencia del sector agrario hacia que una mala cosecha o la subida de los precios de los alimentos más básicos, como el pan, deviniera en tragedia.
Al contrario de entonces cuando se vivieron grandes revueltas sociales, en estos momentos, si por algo podemos caracterizar la reacción, en general, de la población, es por su ejemplaridad.
Por eso se suceden los homenajes diarios a los sanitarios, esa marea blanca que ha convertido esta lucha en un emblema social. Pero también estamos con las fuerzas de seguridad del Estado. Con los educadores que se han volcado en intentar aparentar un mínimo de normalidad en el proceso docente, tan brutalmente interrumpido. Con los cajeros y el personal de tiendas y supermercados, tan expuestos al contagio y tan fundamentales para nuestra tranquilidad a la hora de preservar los suministros. Con los voluntarios y las ONGs que han salido a dar la cara desde el primer momento. Y así con innumerables ejemplos que no cabrían en este limitado espacio de texto.
En definitiva, y volviendo a la Historia, tenemos que asimilar  que este tipo de catástrofes se ha cebado, y no hace tanto tiempo, con otro tipo de sociedades. El problema es que en la nuestra no estamos acostumbrados a las calamidades.
El otro día, el psicólogo Carlos Pajuelo nos recordaba, que a la postre, somos unos privilegiados. Estamos confinados sin faltarnos de nada. Tenemos comida, televisión, películas, libros, móviles, internet…

Detengámonos un momento a pensar y nos hará más fácil aprender que todos somos frágiles, pero que afortunadamente para nuestra sociedad y nuestra época, contamos con unos medios y una cultura que no siempre han estado al alcance de la mayoría.

sábado, 14 de marzo de 2020

PROCACIDAD



El atrevimiento, incluso si se raya en la insolencia, se convierte en procacidad, cuando se trata de alarmar, sin argumentos creíbles, ante cualquier acontecimiento que recojan los medios de comunicación.
Pongo esta semana el ejemplo que he vivido, al leer, como si de un titular de prensa se tratase, las declaraciones de un partido político, que tras el derrumbe de parte de la muralla de Trujillo, en menos de 24 horas, asustaba al personal, señalando que peligraba el turismo ornitológico en la zona.
Es tan sólo una anécdota, pero a la vez es una exigencia, fundamentalmente para que aquellos que, aunque sea de manera temporal, se dediquen a la vida pública, se documenten. Lean. Investiguen que se ha hecho y que se tiene previsto realizar. Y luego, si procede, hagan declaraciones.
Pasa, con relativa frecuencia, que nos deleitamos con expresiones contundentes pero que luego, si hurgas en el fondo de la cuestión, te encuentras que hay poco contenido.
Soy consciente de que no hay una forma inmediata de penalizar acciones que se demuestren que tengan poco efecto práctico y que, fundamentalmente, se vuelquen en lanzar globos sondas, a la espera, de que, con un poco de fortuna, los afectados no los desmientan.
Sí es cierto que la frescura, la valentía, el ser capaz de lanzar propuestas complicadas o que se salen de la norma, es algo que tenemos que agradecer e impulsar. No lo es menos, que ya que se dan esos pasos, nos blindemos de razonamientos, de fortaleza intelectual, de pros y de contras de lo que defendemos.
Así, nadie podrá acusarte de temerario, de populista, de incendiario. Así, arropado de ideas, de soluciones, de alternativas, podrás reivindicar, y si cabe, denunciar, no sólo cualquier injusticia, si no también, muchos actos malamente ejecutados o deficientemente planificados. Evitarás con ello, la connotación negativa de ser procaz.
El comentario sobre la muralla de Trujillo es únicamente una muestra de cómo se precisa formación, planificación y, por encima de ello, ganas de mejorar lo que te rodea y no de agradar meramente a tu entorno.


martes, 10 de marzo de 2020

ENERVAR


Por cuestiones de trabajo me suelo rodear de gente que habla mucho. Discutimos, opinamos, discrepamos… En ocasiones, coincidimos, y todo se reduce a aumentar y reforzar argumentos.
Pero otras veces, el tono se eleva, algunos se ponen nerviosos, se crispan… y lo que es peor, escenifican con extraordinaria desmesura el estar fuera de sí.
No suele ser muy popular el tono moderado. Los entornos impulsan a la provocación. El “dales caña” parece ser la justificación de un éxito asegurado.
Sin embargo, a la hora de la verdad, lo que queda, lo que se valora, lo que trasciende, es el tener razón. O razones.
Saber ceder. Saber rectificar. Saber reconocer que te puedes equivocar. Del mismo modo, hay que tender a aceptar que los avances, difícilmente se producen tras un proceso individual. Son el fruto de esfuerzos compartidos y valga la redundancia colectivos.
Un conocido me decía una mañana, que los auténticos líderes se rodeaban de los mejores, con el objetivo de poder convertirse un día en uno de ellos.
Cuesta aceptar esta aseveración, si damos una vuelta a muchos de los equipos. Es habitual pensar que al que “manda” no se le rechista. Que más vale pasar desapercibido. Que las críticas provocan asperezas y desencuentros.
Tenemos una cultura donde aceptar que te pueden corregir no es positivo. Cierto es, que tampoco tiene patente de veracidad aquél que presume de ser un “pepito grillo”. De provocar por hacer ostentación de la diferencia.
Lo difícil es averiguar si las propuestas se hacen con afán constructivo. Si se hacen para debilitar. O si por el contrario, se realizan, pero pierden su efectividad al no ser aceptadas, por la sencilla evidencia de que no contribuyen a mejorar el estado de la cuestión.
Volviendo al tema de origen, hay personas que enervan con el único propósito de hacerse notar. Hagámosles invisibles.