Me encuentro en estos momentos leyendo un
libro de Historia de los que se podrían denominar “estudios locales”. Son trabajos
de investigación, habitualmente muy elaborados, documentados, minuciosamente
escudriñados…, que analizan, hasta el mínimo detalle, la singladura espacio-temporal de una
población.
Es evidente que el atractivo mayor lo
despiertan para los vecinos de ese pueblo, pero no lo es menos, que pueden
resultar de sumo interés para aquellos que quieran acercarse a un contexto
mucho más global.
Da la casualidad que cuando son obras con
fuentes muy variadas y con acierto en su selección, nos encontramos con
multitud de coincidencias de contexto. Por lo tanto, sirven para corroborar
tesis más generales o para conocer y/o ratificar otras historias mucho más
amplias.
Esta semana también hemos hablado en la
Asamblea de las comunidades extremeñas en el exterior. No es baladí que
tratemos aquí de significar que tenemos miles de extremeños viviendo fuera de
Extremadura. Unos por radical necesidad, otros porque han encontrado una mejor
forma de realizarse vitalmente y otros porque se están formando.
Una característica común a todos estos
grupos es la necesidad de establecer vínculos con sus raíces. He tenido la
oportunidad de poder hablar con algunos (también con sus padres o familiares) y
siempre el vínculo emocional con su tierra hacía posible un ofrecimiento de
colaboración para intentar mejorar las condiciones de vida que nos rodean.
De esta manera, tanto las historias
locales con las que comenzamos el artículo, como los extremeños fuera de
nuestras fronteras, se unen en el impulso del conocimiento de una realidad muy
próxima y, por lo tanto, muy querida. Tanto con un instrumento, como con otros,
seguimos construyendo región. Tanto con los libros como con las personas,
estamos haciendo posible la identificación de un sentimiento regional mucho más
amplio y asumido.
El poder del conocimiento junto a la
fuerza de las personas. Cualificación precisa.
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