martes, 18 de septiembre de 2012

INSTALADOS EN EL NO


INSTALADOS EN EL NO
Finiquitado el verano comienza lo que a algunos no les gusta denominar “ curso político”. Tras unos escasos días en los que el punto de mira de la información no ha estado, en principio, en el referente de la actividad pública, nos topamos con un atragantamiento continuo de noticias, realidades, aspectos a comentar, que tienen como punto de encuentro la tan denostada y a la vez reverenciada política.
No parece que hagamos caso a los consejos de los expertos cuando nos indicaban que la vuelta a la actividad se debe hacer con pausa y en medio de una transición ordenada. Tenemos prisa, “ mono” por ponernos las pilas y repentinamente apretamos el acelerador.
Cuesta mucho trabajo comprender cómo los que tienen responsabilidades y para ello ganaron elecciones, presentaron programas ( que dicen no cumplir pues desconocían la realidad con la que se iban a encontrar, ¡menudo disparaté de argumento!), viven desairando a la gente acogidos en herencias interminables... siguen empeñados en justificar sus actuaciones amparándose en problemas auditivos. Están instalados en el No.
No quieren alternativas que no puedan liderar. No quieren reconocer que lo que hay no es lo que les gustaría que hubiera. No pueden permitirse que nadie les guíe, ni siquiera con razones.
Las mayorías obtenidas en un momento determinado son el aval para los 4 años que han ganado. Como si fuese un sorteo. Como si la situación no pudiera cambiar y con ella se pudiera reconocer que se necesitan dar giros a lo que se pretendía hacer antes.
Se les votó porque muchos pensaron que cambiarían a mejor la penosa situación que describían. Y mirando desde cualquier prisma que se escoja estamos en todos los aspectos inmensamente peor que hace un año. Y ya no vale decir “ qué hicieron ustedes antes”. Por eso estáis donde estáis, porque se suponía que ibais a hacer algo distinto. Pero no nos imaginábamos que en el sentido más lastimosamente negativo. Y pasa el tiempo.
Si la realidad es cambiante habría que aceptar, o al menos escuchar, las demandas de la mayoría exultante. De esa inmensa marea que hastiada se lanza a lo que llaman algarabías. Como si fuese lo más cómodo. Como si no tuviesen otra cosa que hacer. La otra mayoría, la que llaman silenciosa, está agazapada, aletargada por la desazón de lo inesperado. Descontenta y descontrolada. No es eso, no es eso, como diría el filósofo.