domingo, 28 de febrero de 2021

PUNICIÓN

Ya hemos comentado en este espacio, en varias ocasiones, la posibilidad de fijar a través del castigo, lo que como ha quedado suficientemente demostrado, con la educación, el respeto, la tolerancia, la empatía…, no hemos sido capaces de resolver. Estas últimas semanas con la incidencia de la pandemia claramente a la baja, el debate se dirige en los medios de comunicación a la apertura de las restricciones y el contraste que supone si vamos a ser decididamente responsables, y nos las podemos permitir, o por el contrario, si con motivo de la tan ansiada recuperada libertad volveremos a caer. Y ya sería, esta vez, una cuarta ola. Curiosamente, las amenazas suelen venir precedidas del incremento de los espacios y tiempos de convivencia o, en su defecto, de los lapsos temporales que se desarrollan en las vacaciones ( verano, Navidades, ahora Semana Santa….). Debe quedar claro, que las leyes, todas, se escriben y se aprueban para cumplirlas. Y los reglamentos u órdenes que las desarrollan, evidentemente también. En caso contrario, no tendría sentido que nos sintiéramos vinculados a vivir en sociedad amparados por las normas. Eso sucede en los dos extremos ideológicos del espectro: o bien en el liberalismo más salvaje. El que puede sobrevive sin contar con nadie más que consigo mismo. O en el anarquismo más individualista. El Estado no existe, supuestamente el hombre es bueno y no necesita nada que le regule sus pautas de actuación. Ambas se rigen por lo que deciden sus voluntades personales. Y eso, por no hablar de los regímenes totalitarios o autoritarios, donde las normas ni las decidimos ni las aprobamos los ciudadanos. Pero vivimos en democracia. Tenemos partidos, sindicatos, elecciones, sistemas públicos de atención a las personas y fundamentalmente la clara división de tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. De ahí, que volviendo al comienzo del artículo, no deberíamos observar en la punición, en el castigo, en las penas por haber cometido una falta, nada más que el cumplimiento de la ley. Tampoco es necesario la estigmatización. Todos cometemos errores. El problema, a mi juicio, es que en lugar de reconocerlos, e incluso pedir disculpas, somos tan exageradamente inapropiados, que buscamos excusas o incluso nos inventamos pretextos ( cuando no, en el peor de los casos, insistimos en el hecho de que los demás tampoco cumplen y/o que estamos presenciando un presunto agravio). Y eso sólo si nos referimos al simple cumplimiento de lo que deciden nuestras autoridades con motivo de los estragos de la pandemia. Juzguen, lectores, lo que sucede en el resto de los ámbitos en los que se desenvuelve nuestra existencia. Y encontraremos numerosos ejemplos.

domingo, 21 de febrero de 2021

DITIRÁMBICO

Hace unos días, en una reunión con uno de los colectivos afectados por las consecuencias de la pandemia, buscando puntos en común y asumiendo que muchas de las inquietudes que se plantean son compartidas, les hice saber que todos tenemos que tener paciencia. Si ante momentos de crisis, de dudas, de incertidumbres ( pero también de certezas) no sabemos adaptarnos a los cambios, siempre viviremos en la perenne queja o en lastimeras apreciaciones. Dicho esto, me viene como introducción para un asunto totalmente opuesto. Las elecciones en Cataluña. Venimos en las últimas horas asistiendo a comportamientos, a mi juicio ditirámbicos. A celebraciones excesivas. Incluso, en lenguaje coloquial, a lo que se conoce como “postureo”. Si es cierto que, salvo excepciones tan claras como desastrosas, el que no se contenta es porque no quiere. No lo es menos que, dependiendo de dónde quieras poner el acento, la balanza se inclina a un lado o se posiciona más en otro. Si hacemos el análisis por bloques ( por cierto en este caso la elección de éstos es muy singular: vale tanto optar por derechas/ izquierdas, como por constitucionalistas/independentistas y eso sin contar el elemento no valorado suficientemente del nacionalismo a secas), vemos que la polarización es prácticamente simétrica. Nos encontramos en un sistema, con todos sus matices, fuertemente dividido en dos mitades. Pero si elegimos analizar de manera individual las fuerzas políticas, aquí nos encontramos de todo. Izquierdas como los socialistas que suben enormemente, los Comunes manteniéndose, y las derechas unas hundidas ( Ciudadanos y PP) y otras emergiendo desde lo más extremo del tablero (VOX). En el campo independentista, tanto desde su visión más moderada (Junts) como a medida que nos escoramos a la izquierda (Esquerra y el otro extremo del tablero, la CUP) tienen un componente singular: su suma y su acuerdo hace que se derriben cualquier otra hipótesis en la que se quiera trabajar. Pero esto, y de ahí viene el título del artículo, no hace posible una estabilidad o una satisfacción plena para aquellos que se lanzan a disfrutar de lo votado. Va a exigir disciplina y equilibrios mantenidos. Y sobre todo ello vuela la influencia que puedan ejercer estos resultados en el resto del Estado. Pero eso sería objeto de otro artículo.

domingo, 14 de febrero de 2021

ENFURECIDOS EN LA HISTORIA

A raíz del artículo de la semana pasada, un lector me hizo una propuesta: darle continuidad con representaciones de todos aquellos a los que la exasperación les ha movido a lo largo de la Historia. Dada la limitación de espacio, vamos a seleccionar algunos ejemplos, muy conocidos, que pueden servirnos de referentes. Empecemos por los denominados motines de subsistencias o levantamientos contra la subida del precio de productos básicos, como el pan, que en muchas sociedades eran determinantes para la mera subsistencia. Estas crisis que recorrieron toda Europa, desde, como mínimo, el siglo XV al XIX, ocasionaron profundas hambrunas. Uno de los más conocidos para los españoles, fue el llamado Motín de Esquilache. Bajo otras anécdotas que han pasado a la posteridad, se escondía una tremenda protesta contra el precio de los alimentos básicos en el año 1766 bajo el reinado de Carlos III. Si nos vamos a las postrimerías del siglo XVIII y a las primeras décadas del XIX, asistiremos al ciclo de revoluciones más políticas: la francesa, la americana o incluso, a comienzos del siglo XX, la rusa. Aquí también subyace un elevado componente económico, pues bajo el deseo de cambiar de sistema o de régimen político, nos encontramos de nuevo ante la pobreza de buena parte de capas de la población. Miseria y marginación del pueblo llano. Una nueva muestra traemos aquí a colación: las barricadas que tan bien describe Víctor Hugo en su obra “Los Miserables”. París en 1832 significaba la unión de serios problemas económicos con ideales republicanos. El resto lo pusieron los disturbios, la rebelión, las barricadas… Otro motivo de enfurecimiento de determinados sectores fue el odio racial, la xenofobia, el temor al diferente que presuntamente se apropia de nuestras riquezas, de nuestro trabajo, mientras muchos apenas tienen para vivir. Aquí tenemos desde ejemplos como la persecución a los judíos en la España altomedieval, hasta la conocida como “noche de los cristales rotos” que sirvió de antesala para dar a conocer al mundo las atrocidades que los nazis estaban dispuestos a acometer. Finalmente quisiera referirme a algunas protestas más recientes. Tanto en el tiempo, como en el espacio. Así, podemos recordar a las protestas obreras y estudiantiles en los años finales del franquismo o al movimiento de los indignados del 15-M en 2011. Ambos, representan el estallido de amplios sectores sociales, hartos, como en la época de las revoluciones, de un sistema que enturbiaba con su forma de actuar el porvenir de sus administrados. Lo de la turba que asaltó el Capitolio es otro cantar…

domingo, 7 de febrero de 2021

EXASPERAR

Vivimos unos meses de continuas contradicciones. Estados de ánimo cambiante. Actitudes vitales que tan pronto ven la luz como se hunden en la más profunda de las sombras. Multitudes que cumplen hasta la obsesión las normas que se deciden en cada momento, frente a grupos que, pase lo que pase, siguen como si con ellos no fuera todo lo que está pasando. El problema es que se llega al límite de la desesperación. La gente se irrita. Se enfurece. Se exaspera, cuando ve que todos los esfuerzos realizados chocan con la irresponsabilidad de determinados individuos. Y es en esos momentos donde surgen las reacciones más primarias. Algunas podríamos entender cada día más comprensibles. Se pide, se exige, dureza hasta los límites de lo que, hoy podríamos convenir en sociedades avanzadas, como la frontera entre civilización y barbarie. He llegado a oír solicitar que se recurra, como en países dictatoriales, a lo que algunos etiquetan como la “violencia blanda”: castigos que rocen algo más que el compromiso económico. Incluso que superen la privación de libertad. He escuchado pedir que se recluya a los incumplidores en hospitales para que vean la consecuencia de sus actos, o hacerles recoger en espacios públicos y a las horas en las que habitualmente desarrollan sus conductas liberticidas, la basura o los restos orgánicos de enfermos y trabajadores públicos que se dedican en cuerpo y alma a solventar los problemas ocasionados por la pandemia. Y en esas estamos. No sirve, parece ser la lógica. No valen los métodos argumentales. No parece de utilidad el viejo adagio “ convencer para vencer”. Pero tenemos que ser más fuertes que los que con sus actitudes tratan de demoler el mayoritario intento de la gente sana, de los que tienen la mente abierta hacia los demás, de aquellos que con su ejemplaridad están mostrando al resto, que si se quiere, se puede. Así pues, desde la entereza que da la razón. Desde la firmeza que da la sensatez y la moderación ante las provocaciones, no exasperaremos. Seguiremos cumpliendo, aprendiendo y descubriendo que tras muchos retrocesos, con paso decidido llegaremos, más pronto que tarde, a avanzar sin pausas. Pese al deseo del arrebato, tiene que poder más en la mayoría, el anhelo de la consecución de un objetivo común y compartido. Aunque parezca que no sean suficientes las apelaciones a la paciencia y las llamadas a tener más y mejor ánimo.