domingo, 29 de noviembre de 2020

SÍNDROMES

Ya en el año 2012 Ana Pastor nos recordaba una acepción, acuñada en Estados Unidos y citada por Rosa María Calaff, sobre lo que entonces se denominaba, Síndrome de la Piedad cansada, Se hacía referencia a una inmunidad, tolerancia para ser más suaves en su expresión, hacia el sufrimiento. Estaban, estábamos, estamos... habituados a ver los dramas que se reflejan, fundamentalmente a través de los medios de comunicación, como algo ajenos a nuestras vidas. Incluso me atrevería a decir que perturbadores de nuestra cotidianeidad y a la postre nuestra sempiterna tranquilidad. Guerras, hambrunas, catástrofes naturales, incluso epidemias... eran vistas como algo que sólo ocurría a “otros” e incluso en medio de una tremenda crueldad, se llegaban a escuchar argumentos justificativos de determinadas situaciones. Abstrayéndonos en el tiempo, da la maldita casualidad que hoy por hoy podríamos encontrarnos en similares situaciones. Nos encontramos siendo protagonistas de las causas ocasionadas por la barbarie que proporciona una situación lejos de nuestro control. Durante unos meses hemos llegado a pensar que no nos tocaría. Que eran elementos ya no lejanos, pero si distantes. Pero lamentablemente nadie a estas alturas desconoce ni un solo caso de familia, amigos o vecinos que no hayan pasado muy cerca el miedo y en muchos casos la consecuencia tremenda física y psicológica derivadas de la enfermedad. Ya no resulta raro ir por la calle y escuchar hablar de positivos. Entrar en una tienda y preguntar o interesarte por la salud de un conocido. Llamar la atención, por comprobar la flexibilización de las medidas que adoptan todavía muchos de nuestros convecinos. Y acabamos de dar el salto cualitativo de percatarnos, el verano lo ha demostrado, que ni siquiera lo padecido en los meses anteriores nos ha hecho ser mejores como sociedad. Rápidamente hemos vuelto a nuestras rutinas, hemos perdido la paciencia y retomado de manera un tanto irresponsable y sobre todo más de lo recomendable algunos hábitos que necesitarían más tiempo para hacerse sostenibles. Estos últimos días, de nuevo, parece que estamos recibiendo buenas noticias. Parece que estamos venciendo alguna batalla. Quisiera que no sirviera para que, una vez más y tal como comentábamos al principio del artículo, entremos en el círculo del síndrome de la piedad cansada. No nos lo podríamos perdonar.

domingo, 15 de noviembre de 2020

PAROXISMO

En los últimos días hemos asistido a manifestaciones de paroxismo en diferentes vertientes. En el ámbito internacional, parecería una anécdota, si no fuera por el drama que lleva dentro, la reacción del todavía Presidente de los Estados Unidos de América Donald Trump. Si en el ámbito de la medicina, el concepto de paroxismo hace referencia a manifestaciones violentas de una enfermedad, en el terreno coloquial, podemos hacer alusión a la expresión enardecida de una opinión o un sentimiento. A la exageración continuada. Esa ha sido la forma de actuar, no sólo tras las elecciones de la pasada semana, si no que esta conducta ha sido la que le ha caracterizado durante todo su mandato. Y eso, con ser determinante para los norteamericanos ( y si cabe para el resto del mundo) es a mi juicio revelador de un cuestionamiento de la Democracia como sistema político. Se ha reproducido en multitud de ocasiones la expresión de Churchill cuando trató de definir a la Democracia como el menos malo de los sistemas políticos. Sin embargo, los acontecimientos vividos recientemente nos hacen dudar, incluso, de la capacidad de una gran potencia para poder llevarlo a cabo. Si es verdad que hay que ser garantistas, que tienen un modelo complejo de gestionar a la hora de los recuentos, que son millones de votantes… Pero no lo es menos, que gozan de tecnología punta, que deberían tener preparado un equilibrio entre seguridad y eficacia. Y sobre todo, que mientras en muchas de las democracias occidentales el resultado final se conoce a las pocas horas, no es de recibo que en este caso tengamos que estar pendientes, por un lado del resultado oficioso, pero lo que sin duda llama más la atención, de una caterva de recursos y la no aceptación de la derrota que puede llevar incluso meses el resolverse. Cuando me preguntan los motivos de la diferencia con, por ejemplo España, hay que recordar, en aras de la verdad, que son modelos muy distintos. En nuestro caso el método de elección es directo. Contamos votos de candidatos y partidos por circunscripciones: se suman y el resultado es prácticamente instantáneo, ya que es casi proporcional: de acuerdo al número de votos, cada partidos saca adelante un número de candidatos electos. Sería objeto de otro artículo entrar en más detalles: prima a los partidos mayoritarios, comportamientos diferentes según el tamaño de la circunscripción o el tipo de elección ( municipal, autonómica, nacional o europea)…. En el caso de Estados Unidos vale la pena reseñar que su método es indirecto ( entre otras variables). La suma de los votos de cada candidato se hace por Estado y lo que se eligen son, una especie de delegados o “super votantes” en cada Estado, que serán los que elijan más adelante el Presidente. La pugna es sobre todo porque no es del todo representativo. El ganador en cada Estado se lleva todos los delegados. De ahí la discrepancia. De ahí el paroxismo.

domingo, 8 de noviembre de 2020

INVETERADAS

Dicen los diccionarios que inveteradas, son aquellas costumbres antiguas y arraigadas. En la sociedad en las que nos movemos podríamos indicar que una de las que reúne estas características es la habilidad de los españoles de no estar conformes nunca con nada. De protestar cuando se nos ofrece una solución. ¡Pero también si la salida es la contraria! De ahí, viene el refrán que escuchábamos en nuestra niñez sobre el perro del hortelano “ que ni comía ni dejaba comer”. Viene esto a colación porque en los últimos días se ha recrudecido el debate, dentro de, como señalaba acertadamente el director de El Periódico Extremadura, Antonio Cid de Rivera, el hartazgo de la pandemia, al pronunciarnos de manera contradictoria, una y otra vez. Pongamos ejemplos recientes. Se habla de la oportunidad, o no, de un confinamiento mucho más severo. Incluso similar al de marzo del pasado año. En ese sentido, se apresuran a opinar muchos indicando la inviabilidad de la propuesta: hay muchos elementos que la determinan, desde la caída definitiva de la economía, hasta la supuesta privación de la libertad individual ( en aquellos que se percatan de ella en momentos donde la colectiva podría ser más importante)… Argumentos, varios de ellos muy sólidos. Sin embargo que entran en colisión directa con los opuestos: este tipo de confinamientos debería haber sido mucho antes. No tenemos ya remedio. Se puede hacer en una zona y en otra no. Entre semana, unos días sí y otros no… Y lo que resulta más incisivo. Nos pronunciamos de manera diversa ante un problema común que necesitaría de la unidad de decisiones. De nuevo el estado de las Autonomías queda cuestionado. Ensombrecidos sus enormes avances. Sus ventajas de gestión. Su proximidad al ciudadano. Son momentos tan cruciales en nuestra Historia que sería el Estado el que tendría que mostrar su capacidad de liderazgo. Si se hace el gesto de confiar en que cada territorio pueda tomar caminos diferentes, ya que es obvio que la crudeza de la pandemia se aparece de manera asimismo diversa ( pero con la misma tendencia a la demolición), nos parece que un símbolo de retroactividad tendría que ser, aguantar la presión, compartir las iniciativas en una mesa común y respetar que sea la coordinación y la evaluación de las medidas previas adoptadas las que nos señalen el camino a seguir. Ah, seguimos calificándonos con adjetivos inveterados.

domingo, 1 de noviembre de 2020

PASIÓN POR LA IGNORANCIA

Tomando como referencia esta expresión utilizada por los psicoanalistas, vamos a tratar de diferenciar entre el ejemplo que nos dan los científicos, obsesionados por el progreso, el avance, el uso constante de la tecnología o el ensayo con el objeto de corregir posibles errores y el gusto neurótico, que dirían algunos expertos, por hablar de todo sin saber o simplemente por no querer aprender. El primero de los casos ya está suficientemente demostrada su eficacia. Ahora hace falta que cuente también con el respeto. Con la no inmediatez. Con el abandono de la presión que obliga a dar resultados antes de tiempo. Incluso si estos son falsos o pueden tener efectos contraproducentes. Pero hoy nos queremos detener algo más en el fenómeno contrario. En aquellos que pontifican. En los que ante cualquier problema ( o desgracia) te espetan “ya lo decía yo”, “ se veía venir”, “ vamos demasiado tarde”. Representan el símbolo del agorero. Significan el abandono a la esperanza. Al impulso que da el trabajo. Al reconocimiento y al esfuerzo de miles de personas conscientes, hoy en día de que nada puede ser igual que antes. También en los que, pese a las advertencias de la Comunidad y de las autoridades, siguen empeñados en el negacionismo. En insistir en la superioridad que da sentirse, momentáneamente fuertes. En la persistencia en teorías conspiranoicas. Evitemos malas praxis. Veamos que la fuerza de las buenas costumbres, de los consejos de los expertos, de la continuidad del empeño colectivo, nos lleva mucho más lejos que los retrocesos ocasionados por hechos, en principio aislados, pero que sumados se convierten en multitud y, por consiguiente, en tragedia. Sólo avanzaremos con la constancia que da el cambio continuo. El ser capaces de prever para evitar, pero a la vez improvisar ante desenlaces imprevistos. Estar sujetos a la demanda presente nos hará resolver dudas e incertidumbres. Por ello, siempre volveremos a la lectura y al análisis mesurado. A la otra pasión, la del saber. Como diría el filósofo Inmanuel Kant “Sapere Aude”. Atrévete a saber. Atrévete a pensar. Ten el valor de servirte de tu propia razón. Rechaza la pasión por la ignorancia.