Llegan días de muchas celebraciones y en
paralelo nos encontramos la incapacidad, aún persistente, de mucha gente
incapaz de sentirse conmovido por el dolor ajeno. Es lo que denominamos
indolencia.
Algunos dirán que bastantes problemas cotidianos
tenemos ya. Pero, no es menos cierto, que tras la aparente capa de disgusto,
sorpresa o incluso denuncia, aparecen reacciones muy habituales de pasotismo,
indiferencia, cuando no pereza o desidia, ante situaciones críticas para muchas
familias.
Hablemos de cuestiones sociales, y
distanciémonos de la bienvenida y siempre necesaria caridad para ir más
allá y ver en ello cuestiones de Estado.
Se trata de derechos que no pueden ser sustituidos por las buenas intenciones
de los individuos. Se trata, en definitiva, de una dejadez, cuando no abandono,
de los poderes públicos. Se trata, por muy impopular que pueda resultar, de
volcar recursos públicos hacia aquellos que más lo necesitan.
Así, no podemos permitir que haya gente,
ni siquiera por su propia voluntad cuando están enajenados, que duerma en las
calles. Nadie debe pedir para comer. Nadie debería ser pobre ( aquí también
juegan las ideologías: los progresistas lejos de los bulos y de las leyendas,
hemos pretendido que las diferencias entre los más pudientes y los más
menesterosos sean menores. En otras palabras, que todos puedan tener acceso a
mayores cotas de bienestar).
Nadie tendría que tener problemas con la
vivienda, con el trabajo, con la educación de sus hijos, con la atención
sanitaria ni con las prestaciones a la dependencia.
Nadie debería morir a manos de su pareja.
Nadie debería ser expulsado de lo que consideró “ la tierra prometida”. Nadie
debería tener, ¡todavía hoy¡ a sus familiares asesinados sin enterrar.
Y de esto es de lo que habla la
Constitución que tanto dicen algunos defender. Habla de la unidad territorial,
sí, pero sobre todo habla de derechos sociales. Esos que los indolentes, los
que ahora gritan, los que ante problemas complejos ofrecen soluciones simples,
quieren cuestionar y están calando en los diferentes estratos sociales. Son
ellos los que dividen.