martes, 26 de enero de 2016

EL PROBLEMA


Siguiendo una semana más ( y las que nos quedan) con la incertidumbre, la desazón, las dudas ( ¡ benditas dudas!), las certezas ( pocas), el sí pero no y el día a día cambiante, vamos a reflexionar hoy sobre lo ya se está categorizando como “ el problema”.
Se trata de percatarnos de nuestras singularidades, de nuestros principios, de nuestras contradicciones. Si bien es cierto que en buena parte de Europa están acostumbrados a Gobiernos de coalición ( incluso en España los hemos tenido en muchas Comunidades Autónomas) no lo es menos que a nivel estatal no hemos sido nunca capaces de interiorizar esa posibilidad.
Algunos arguyen que es por culpa de la falta de diálogo, que aquel “ añorado” tiempo de la Transición  no nos ha servido de ejemplo. Vamos que, al final, el problema somos nosotros.
Pero por otra parte, parece claro que no se puede negociar a cualquier precio. Que no se puede juntar el agua y el aceite. Que no va a perdurar un intento forzado por salir meramente del paso, amparándonos en los grandes temas que nos unen y olvidando los muchos que nos separan. En definitiva, que no se puede pactar a cualquier precio.
También es verdad que para hacernos creíbles ( algo, para lo que sin duda, nos queda un amplio recorrido) los políticos a veces tendremos que realizar sacrificios. Renuncias personales. No se debería permitir faltar a la palabra dada. Es decir, publicamos en nuestros programas determinados objetivos, criminalizamos a los responsables de los desaguisados de la gente, nos esforzamos por insistir en que no todos somos iguales. En que es posible otra forma de hacer política. Y al final, nos pesa la responsabilidad o lo que algunos inciden en precisar, la sensatez, para buscar encuentros imposibles.
Por último, miramos, precisamente con recelo, a aquellos con los que más podemos identificarnos, bajo el pueril argumento de que “ nos comen”. Sería nuestro final. Es la competencia. Luchamos por el mismo electorado… Sin percatarnos de que eligiendo otras fórmulas posiblemente estaremos mucho más condenados.

Por eso y parafraseando a U2 refiriéndose al rock ando roll reafirmaré que “ nada me impedirá que ame a la izquierda”.

martes, 19 de enero de 2016

ESCEPTICISMO ORGANIZADO


¡Menudas semanas llevamos desde el 20 de diciembre! Es salir a la calle y pararte con todo el mundo que inquiere que respondas a la gran pregunta ¿ qué va a pasar?
Es el problema de no estar habituado a situaciones novedosas donde se rompe la norma: o gana el partido hegemónico de la derecha o lo hace el de la izquierda. Como mucho, siempre estábamos discutiendo sobre los matices de las fuerzas que, utilizando una expresión escuchada recientemente, “ corregirían” lo que han dicho las urnas: es decir, la presión de los minoritarios (fundamentalmente los nacionalistas catalanes) a la hora de formar gobiernos.
Sin embargo, en la coyuntura actual se abren varios escenarios sin precedentes. Y claro asusta. El motivo principal es porque todos tienen altos índices de elementos negativos para aquellos que no están acostumbrados a ceder en una negociación. Por eso se habla de líneas rojas. De cordones sanitarios.
En esta tesitura, la discreción sería una baza estratégica para ganar tiempo. Pero no es menos cierto que la gente, ese concepto tan intangible, quiere, necesita, saber la opinión de sus responsables políticos.
Parece claro que para el PSOE todo debe girar por rectificar el daño que ha hecho la derecha a este país durante cuatro interminables años. De ese modo, tras habernos desgañitado en la campaña electoral argumentando los desastres del PP, lo mejor para los españoles sería un gobierno escorado a la izquierda.
En segundo lugar, tenemos nuestras prioridades: la agenda social. En eso convergemos con algunas fuerzas de izquierda. Aprovechemos esa sinergia. Los socialistas, desde nuestra fundación, hace 136 años, nunca fuimos nacionalistas. La cuestión territorial, digan lo que digan, debería pasar a un segundo nivel.
Nos debería importar más aliviar el hambre de un niño alemán que el intento secesionista de un puñado de compatriotas.
Así que, en esa estamos a día de hoy: escepticismo organizado.


martes, 12 de enero de 2016

REFUGIADOS


Hoy vamos a aprovechar un tópico de los que se vienen poniendo de moda cuando se quiere resaltar un tema. Se trata de dar el nombre de algo para celebrar en torno a ello una onomástica o constituir un elemento de recuerdo que perdure en el tiempo.
Así, al igual que existe un día para acordarnos de una enfermedad, del amor, del padre o de la madre, de la música, del maestro…. hemos escuchado hace poco que este año la palabra que más resonancia ha tenido ha sido “ refugiados”.
Para dar una explicación se ha insistido fundamentalmente en el numeroso recorrido lamentable al que hemos ido asistiendo durante los últimos 12 meses ( ¿ sólo en este periodo?). Desplazamientos multitudinarios fundamentalmente por motivos políticos. Huidas de una muerte segura que venían precedidas de los movimientos masivos en torno a un presunto mundo donde sus vidas se desarrollarían mejor.
Escenas escabrosas donde escaseaba la alegría y nos inundaba el horror y la tragedia. Niños utilizados para conmover conciencias. Despertares de sensibilidad a golpe de muertes lejanas.
De vez en cuando, recordamos los españoles, para aquellos que aún crean que no van con nosotros, que hubo una época reciente, donde nuestros abuelos tuvieron que hacer algo similar: desde exiliados por motivos ideológicos de una patria invadida por sus propios hermanos, hasta emigrados por motivos económicos ( causados, en su gran parte, aunque lo obviemos, por los autócratas que nos gobernaban).
Son los momentos en los que deberíamos exigir igualdad de trato. Recordar lo que fuimos y lo que somos. Recordar que por nuestras venas corre sangre de muchas culturas. Que somos el producto de la Historia, sí, pero de una Historia hecha a base de mezclas.
Por último, apelar a que el fenómeno de los refugiados políticos y económicos será en los próximos años menor si lo comparamos con el que se nos avecina: el de los refugiados climáticos. Pese a los que renegaban del cambio climático, la ciencia y a veces la ficción, nos está adelantando que en no muchos años asistiremos a una nueva oleada de invasiones: la gente del sur, cuya población por cierto crece a mucho más ritmo que la del norte, corriendo despavorida hacia el mundo que llamamos desarrollado. Único sitio que tardará un poco más en padecer las consecuencias de las alteraciones físicas de la tierra que, poco a poco la harán inhabitable.

En manos de los políticos está en ralentizar el proceso. Pero, eso, será otra historia.

martes, 5 de enero de 2016

EL VALOR DEL VOTO


Me comentaba un buen amigo, cuyos sabios consejos aprecio mucho, una conversación mantenida con un vecino, acerca del valor del voto. Ahora, que nos damos cuenta de que vivimos en una sociedad plural y de comportamientos políticos cada día más diversos, le espetaba la doctrina conservadora, cuando no radicalmente reaccionaria, de que  a la hora de tener en cuenta las distintas opciones de gobernar, no pueden tener la misma relevancia unos sufragios que otros.
A muchos personajes de ese entorno les da rubor reconocer el carácter elitista, más bien discriminatorio y esencialmente antidemocrático, de aquellos que se percatan que hay formaciones políticas de reciente creación que han recibido millones de votos el 20 de diciembre y les parece injusto.  No reconocen que quizás sean producto del desencanto. Quizás hijos de la desesperación acusada, impulsada y en no menos ocasiones, creada, por la derecha. Ya no son sólo “perroflautas”.
Tampoco es de recibo apelar a las comparaciones del peso del voto clásico, informado dirían. Es algo parecido al alegato que publicó en 1983 en El Faro de Vigo el actual aspirante a la Presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy. En esa ocasión hacía alusión a la estirpe. Al determinismo histórico. A los condicionantes físicos y psíquicos. Constataba presumiblemente la desigualdad, como señalaba incluso “ no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación”.
Viene a decir la derecha ¿ a quién se le ocurre pensar que puede valer lo mismo el voto de un obrero que el de un empresario?, ¿ el de un analfabeto que el de un intelectual?,  ¿el de un “hijo de buena familia” que el de un “ recién llegado?
Filosofando volveríamos a redundar aquello de “ un plato es un plato”.  A lo que yo añadiría, oportunamente en este contexto “ y una abstención un sí”.