Recuerdo con cariño a un buen amigo que
siempre insistía en que había que ser proactivo. Tener iniciativa y capacidad
para anticiparse a problemas o necesidades futuras, como diría el diccionario.
Normalmente somos presos de nuestras
rutinas. Cuando se produce el mínimo desajuste nos alarmamos. A veces se nos
cae la casa encima. Todo parece ser un desastre.
Por esa razón, he comprendido con el paso
del tiempo, el valor de la serenidad. De la calma. Del control, En definitiva,
de la proactividad.
En la vida pública, si cabe cobra mucho
más valor. Los políticos tienen que tener una cualidad más a añadir al catálogo
de sus prestaciones: han de poder estar a la altura en cualquier tipo de
situaciones que se produzcan.
Así, ante una crisis económica, una
respuesta imprevista de un Ministerio, un desplante del Gobierno de Madrid, un
abandono de los poderes fácticos,…. han de ser capaces de poder elaborar
salidas dignas a estas situaciones.
Seremos más apreciados en el momento en
el que estemos dispuestos a escuchar todo tipo de lamentaciones. De esta
manera, podremos concluir de una manera creíble a resolver las inquietudes de
la gente.
En esto también marca la diferencia la
izquierda. Acostumbrada a estar pegada a la población. Cerca siempre de la
tierra. Viviendo el presente, mirando por el retrovisor para conquistar el
futuro. Otros han preferido recortar, castigar a los más débiles, ensimismarse,
no calcular que habrá un mañana,…
Así pues, y hecho por todo el mundo el
balance de lo acontecido en este año que acaba de terminar, es muy importante
que, aprendiendo de lo pasado, seamos conscientes de los retos que se nos
abren. Seamos útiles. Como se escuchaba hace décadas “ hagamos posible lo
imposible” pues, de lo que no cabe dudar, es que lo mejor está por llegar.
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