sábado, 25 de febrero de 2012

LITERATURA Y ACTUALIDAD.

Acabo de llegar de Aldeacentenera de participar en unas Jornadas Nacionales sobre Literatura y actualidad. Voy a recoger a continuación algunas de mis impresiones. En primer lugar la generalizada muestra de satisfacción hacia la labor que desarrolla en el pueblo Quico Monterroso, el alcalde que tan maravillosamente nos acogió y que ha conseguido que el grupo de escritores, venidos de muchos puntos de España, quedasen absortos y gratamente sorprendidos por lo que se han encontrado en una pequeña localidad extremeña.
El sitio escogido ha sido el teatro y antes de mi intervención en la mesa redonda sobre literatura y actualidad he podido de disfrutar de otra actividad similar, con selectos ponentes, sobre literatura y medios de comunicacion, acompañada de un ameno y muy participativo debate. Esta tarde ha tenido lugar en Ibahernando una tercera mesa redonda sobre literatura y política, culminándose las Jornadas con la entrega de premios de un concurso de relatos y la presentación de la segunda novela de mi entrañable amigo Enrique Giraldo.
Por lo que a mi presencia respecta he hablado en primer lugar como historiador de la contemporaneidad, esbozando la difícil frontera entre periodismo, literatura y la denominada Historia del tiempo presente.
Quise hacer ver como en muchas ocasiones el compromiso político, sindical o social pone en aprietos la credibilidad del historiador. Para eso hemos de superar el adagio que señala que la Historia ha sido escrita en la mayoría de las ocasiones por los vencedores. La historia no la deben escribir ni vencedores ni vencidos, sino los auténticos historiadores. Los que ponen por delante de sus ideas las fuentes. Los que primando, aunque les pese, la objetividad. Soy consciente de que ciertamente se puede ser selectivo a la hora de escoger de donde beber, pero por esa misma razón, es bueno no estar en posesión de verdades absolutas y poder someterte a la crítica constructiva, pudiendo rectificar cuando te equivocas.
Siempre recordaré una anécdota surgida en la Universidad, cuando un alumno me preguntó que yo, dado mi significación política no podía ser un buen Historiador. Seria lo mismo que condenar a un médico a no ejercer su profesión si trabajase para una Administración gobernada por una ideología que no coincidiese con la suya, o un maestro... Es decir no se puede dudar a priori de la profesionalidad.
En otra ocasión el fenómeno fue inverso: pronunciaba una conferencia, narrando cómo se había producido el golpe de Estado en una localidad importante de la provincia de Cáceres. A mi lado estaba un señor que lo había vivido en primera persona: interrumpió mi discurso para señalar que no había sido así. La diferencia es que yo había utilizado como fuente los archivos y las hemerotecas y él su memoria.
Finalmente he hecho alusión a cómo algunos historiadores hemos realizado ficción, es decir literatura, utilizando para ello fuentes reales, construyendo vidas artificiales ( ¿ O nó) dentro de lo que se ha dado en llamar novela histórica, así como estamos utilizando nuevas herramientas de trabajo que hacen más atractiva la lectura, como son los medios audiovisuales.

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