Hace unas semanas leía unas
declaraciones, a mi juicio, muy afortunadas, del atleta español Pablo Torrijos.
“Son tiempos de introspección”, comentaba. En efecto, vivimos una época en la
que, al contrario de lo que algunos podrían esperar, nos refugiamos en la
reflexión.
Si bien, es cierto que hay que valorar
todo lo que tenemos, ya que en cualquier momento podemos perderlo, no lo es
menos, que en el interior de cada uno de nosotros, experiencias como las
vividas en los últimos meses nos han hecho pensar. Y mucho.
Quien más y quien menos, se ha detenido,
al menos durante un momento, a darle vueltas a las causas y a las consecuencias
de las cosas.
Es verdad que, lamentablemente,
comprobamos, una y otra vez, conductas deplorables, poco ejemplarizantes, de
personas, más bien de grupos de personas, que no tienen la mínima sensibilidad
de ponerse en el lugar del otro.
De retroceder y mirar. De comprobar en
sus propias carnes lo vivido por muchos de los que nos rodean. De percatarse
que lo que pasó puede volver a suceder. Y esta vez podrías ser tú el
protagonista del desastre.
Por eso, insisto en la importancia de la
mesura. Del aprendizaje. De la lectura reposada de lo sucedido.
Vemos brotes, focos, casos, que podemos
considerar aislados, pero que nos debería preocupar que se extendieran.
Por otra parte, estamos deseando que todo
esto sea tan sólo ya una amarga pesadilla. Continuar con nuestras vidas. Retomar
cada una de nuestras aficiones, ocupaciones y preocupaciones cotidianas.
Todo ello no debe ser incompatible con el
impulso que supone el caminar con cuidado. El tener tacto. El poder simultanear
prevención con acción.
Sí, mirémonos dentro. Nosotros, al menos,
tenemos esa oportunidad.
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