Señalaba el escritor Paul Preciado que la
nueva frontera es la mascarilla. Tiene razón, si escuchamos las declaraciones
extremadamente populistas de algunos dirigentes cuando reclaman priorizar las
atenciones a los afectados por el coronavirus en los entornos microscópicos en los que se
desenvuelven.
Y no me voy a referir ni a las mascarillas
quirúrgicas, ni a las FFP1, 2 ó 3. Hay otras que ponen barreras mucho peores.
Ya lo ha avisado el Presidente de la
Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara: más nos vale que miremos a
África. Más nos vale que nos preocupemos por la contención de la pandemia en
aquellos lugares que tienen innumerables problemas para aminorar sus efectos.
El virus no tiene fronteras y por muchos
medios físicos que se pongan no vamos a estar exentos de convivir con él si no
somos conscientes de que existe un arma todavía mucho más letal: el desprecio
al semejante.
Aquellas imágenes de miles de personas
moribundas por hambrunas, por guerras. Aquellas fotografías de niños muertos en
las playas de occidente tratando de huir de una pesadilla. Aquellas imágenes de
los nuevos campos de concentración que son los espacios dedicados a los
eufemísticamente llamados refugiados. No pueden repetirse ahora con la
propagación, no sólo sin control, sino multiplicando su expansión en zonas
desfavorecidas.
Así pues, esa mascarilla que nos colocamos, no la física, la mental, para
exhibir nuestra diferencia, tiene necesariamente que hacernos reflexionar sobre
valores como la igualdad de oportunidades, que obviamente no se cumplen pero
que en nuestras manos está el contribuir a paliar.
La cooperación siempre ha sido un pilar
elemental, me atrevería a decir que, más allá de las sociedades, de las gentes de bien. No conoce distancias
sociales. Las necesidades están desde al lado de tu casa, en la puerta de un
cajero de un banco alemán donde agoniza un indigente hasta en el centro del
África subsahariana.
Por eso, vayamos más allá de lo que tapa
la mascarilla. Recordemos el papel de los Estados, de lo público, de la
intervención y regulación en los asuntos generales. Las libertades también consisten
en eso: en la posibilidad de poder vivir con dignidad y no estar sometidos a la
pesadumbre de estar siempre pendientes de saltear calamidades.
No, la nueva frontera, no debe y no va a
ser la mascarilla.
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