Cuando en realidad se demuestra la
fortaleza de los principios es en las adversidades. Esta semana, he tenido la
ocasión de comprobarlo en el ataque gratuito y sin fundamento, ni por las
formas, ni por el contenido, a una compañera.
Las redes sociales, ese escaparate a la
libertad de expresión tiene, a su vez, este tipo de contrapartida. Te ves
expuesto en una diana, donde cualquiera puede lanzar infundios, que al margen
de la gravedad del tono, no resisten una comparativa o un paralelismo en su
contraste.
Cuando alguien tiene consolidado una
manera de estar en la vida. Una forma de actuar. Un perfil de pensamiento. En
definitiva, unos principios. Entonces, la gente te conoce y es muy difícil
deteriorar esa imagen. Ni siquiera con el ruin intento de hacer daño.
Más bien al contrario. Son momentos que
te hacen crecer. Que te permiten exhibir con orgullo la grandeza de tu familia,
de tus amigos, de tu entorno. De todos aquellos que comparten contigo tantas
cosas. Los que te acompañan en tus aciertos y están a tu lado con tus errores.
Los que escuchan antes de hablar.
En mi opinión, nada de lo sucedido
debería coartar nuestra línea de actuación. Es más, posiblemente, sea necesario
perseverar en nuestras posiciones. Hacer ver lo acertado de los razonamientos.
La virtud de la dialéctica. La sana exposición de planteamientos que no tienen
por qué ser compartidos por todo el mundo.
Algunos son partidarios de bloquear estas
informaciones. Otros de fomentar la provocación. Yo prefiero demostrar con la
vía de los hechos quién se equivoca. Siempre, desde el respeto.
Son mis principios y al contrario de lo
que diría Groucho Marx, si no le gustan,
no tengo otros.
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