Al menos 48 restos humanos se han
localizado y exhumado en la mina Terría, cerca de Valencia de Alcántara.
Pertenecen a personas asesinadas en los primeros meses de la guerra civil (
entre ellos el alcalde Amado Viera Amores).
Durante más de 80 años han permanecido ocultos en un destino
que, ni buscaron, ni se merecieron. Ahora sus restos podrán al menos descansar donde sus familiares
quieran y no donde sus asesinos dispusieron.
Han sido muchos meses trabajando con
denuedo y es el símbolo de cómo las actuaciones conjuntas: Administración,
sociedad civil, Universidad y familiares, pueden dar su fruto cuando el empeño,
la fuerza y la necesidad de no olvidar les impulsa.
Hay que resaltar las enormes dificultades
con las que se ha encontrado el equipo de investigación, tan magistralmente
dirigidos por la doctora Laura Muñoz y el profesor Julián Chaves. Si bien, se
partía de una intensa documentación, no lo es menos que tuvieron que pasar
numerosos obstáculos hasta conseguir los permisos adecuados para poder llevar a
cabo con éxito el proyecto.
Y aquí ha tenido mucho que ver la
Diputación de Cáceres. Gracias a la firma de un convenio de colaboración se
pusieron los medios materiales para conseguirlo. Pero también su ayuntamiento y
las empresas locales que no cejaron en su empeño, en un ejemplo magnífico de
implicación en causas sociales y humanitarias, en poner recursos que
coadyuvaran a facilitar las tareas, por otra parte, muy complicadas de
exhumación.
El silencio se ha roto, como decía un
compañero, las rosas pesan m ás que las balas. Los objetos
personales nos devuelven a la vida a campesinos, abogados, funcionarios…. gente
corriente que tuvo el infortunio de coincidir con unos desalmados que
utilizaron como pretexto un conflicto bélico, que nunca tuvo lugar para ellos.
Ahora Conchita Viera, con voz firme y con
pasos determinados puede clamar por el honor de su padre. Ya lo tiene con ella.
Como ha estado siempre en su corazón y en su cabeza.
En estos días que hemos comprendido el
inmenso dolor por la desaparición de seres queridos e inocentes víctimas,
hagamos un ejercicio de abstracción para asimilar cómo serían los últimos
momentos de, al menos, estos 48 vecinos: llevados en un camión, fusilados al
borde de una mina y depositados a varios metros de profundidad inundados de
agua. Tremendo.
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