Está pasando, como en la frase atribuida
a Montoro, “ hubo que poner un cebo”. La
actual situación política española está necesitada de marcar una línea que, a
modo de señal, reconduzca el violento escenario en el que nos encontramos.
Ya nos recordaba el profesor Enrique
Moradiellos, que, en el caso de Cataluña, como en el de tantos otros de nuestro
reciente pasado, tenemos que mirar a la Historia. No sólo porque sea cíclica.
No sólo porque haya que aprender para no repetir los errores. Sino, también,
porque es el instrumento que nos hará perseverar hasta conseguir, dentro de las
dificultades, una primera solución a los problemas y la tentación de que sea lo
más duradera posible.
Ahora hemos puesto como referente
diferenciador las elecciones del 21 de diciembre. Somos todos conscientes de
que se va a necesitar muchísimo más tiempo para recuperar la normalidad de
convivir entre diferentes. No podemos ser optimistas, viendo la que está
cayendo, si dirigimos un pensamiento obtuso en que la dinámica de bloques, con
un vencedor y un ganador resuelve el denominado “procés” catalán.
Una sociedad dividida, donde los “malos”
( sean quienes sean) son muchos o donde la marca separatoria entre mayorías y minorías es mínima, requiere de
algo más que una dosis de pronunciamiento electoral. Ha pasado mucho tiempo en
el que ambas partes han rearmado el argumentario justificador de su idoneidad.
El lema “no estamos/estáis solos” vale
ya, como se diría coloquialmente, para un “ roto y un descosío”.
La educación es la clave para aceptar que
tenemos unas normas y que, pese a que en algunas ocasiones no son de nuestro
agrado, hay que cumplirlas. La educación tiene que servir para comprender que
se pueden cambiar las cosas. Que nada es inmutable o intocable pero, que para
hacerlo, existe una reglamentación, un proceso. El verdadero proceso.
Así pues, quizás, no solo valga el cebo
de Montoro : “ En el fondo del mar, los pececitos se van o se quedan como
están”.
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