domingo, 9 de febrero de 2025

DIGNIDAD

Hace unos días se produjo el debate en Pleno en torno a las enmiendas a la totalidad sobre la Propuesta de ley de concordia que presentó VOX en la Asamblea de Extremadura. Con ese motivo, he podido escuchar, de nuevo, alusiones en torno a la dignidad de las víctimas de la Dictadura franquista. No es la primera vez que se escuchan referencias, bien sea a la recuperación de esa supuesta pérdida de dignidad o, como en esta ocasión se explicita, a la amenaza que supone esta ley pues, según algunas expresiones, llevaría consigo la “derogación de la dignidad de las víctimas”. En mi opinión, las víctimas del franquismo jamás perdieron su dignidad. Los que sí la dejaron en este cruel camino fueron sus verdugos. Ellos sí que se quedaron en lo que hoy se conoce como el lado “malo” de la historia. Seguramente sus vidas no estarían manchadas con este signo de maldad si no hubieran apostado por el asesinato, la tortura, la vejación, el enterramiento clandestino de sus semejantes.., muchos de ellos paisanos o conocidos. Precisamente el fin de semana pasado en Casar de Cáceres he podido escuchar el tremendamente emotivo testimonio de una de las nietas de “las ardores”. Fueron unas mujeres que, como insistía en el argumento de mi artículo, jamás perdieron la dignidad. Una vez sometidas a una terrible represión no cejaron en su empeño de doblegarse ante los que justificaban el merecimiento del castigo. Decían “somos pobres, pero fuertes”. Las actitudes franquistas de su entorno no consiguieron que “ las ardores” traicionaran sus ideales, ni tampoco que entendieran que era mejor dar la razón a los que pedían comprensión, silencio, aceptación… En este sentido, hemos de dejar, una vez bien claro, que las víctimas de la Dictadura son en su amplia mayoría un referente de vida para los demás. Tuvieron que convivir con sus asesinos. Especialmente las mujeres. Madres, esposas, hermanas, hijas… a diario se cruzaban con ellos. Algunas no bajaban la cabeza. Muchas otras tuvieron que marcharse de sus localidades hartas del estigma al que estaban sometidas y sobre todo al miedo imperante entre muchas de sus vecinas y amigas que llegaban incluso a negarles la palabra. Por no decir cómo tuvieron que ganarse la vida, despojadas de sus propiedades y en multitud de casos sin acceso al mercado laboral en núcleos donde todos se conocían. De este modo, quizás tendría que ser a la inversa, habría que profundizar en el reconocimiento, como se hace ya en muchos actos de Memoria, al valor de las víctimas y sus familiares por haber conseguido perpetuar y mantener incólume su dignidad. Del otro lado, no está de más, seguir haciendo pedagogía sobre la necesidad de no exaltar a aquellos que, indudablemente perdieron su dignidad con sus actuaciones represoras. Eso sí que habría que derogar. Y en ello estamos.

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