La semana pasada hablábamos del
significado del silencio a la hora de valorar nuestro pasado más reciente.
Quisimos hacer un esbozo de la importancia de la educación al respecto y nos
emplazamos a una mayor profundización. A eso vamos.
En la entrega de Premios “Luis
Romero Solano”, que otorgan cada año las Juventudes Socialistas de Cáceres, se
escuchó, en un acto plagado de jóvenes, que en los Institutos, e incluso en la
Universidad, les han enseñado mucho
sobre los griegos y los romanos, pero que saben muy poco de lo que ha pasado en
su entorno en épocas mucho más recientes. Es una auténtica pena y un déficit
que hay, irremediablemente, que corregir.
Otro ejemplo que acabo de ver hace
unos días, lo muestra la serie documental “El final del silencio”. Conducida
por el periodista Jon Sistiaga, narra la singladura del terrorismo y de ETA en
la España desde los inicios de la Transición hasta comenzado el siglo XXI. Es
decir, hace nada de tiempo.
Quisiera detenerme en especial, en el
capítulo dedicado a Miguel Ángel Blanco. Durante cerca de una hora, un hijo de
un asesinado por ETA les habla en la Universidad a un grupo de alumnos de 21
años. La primera pregunta que les hace es si saben quién fue Miguel Ángel
Blanco. Adivinen la respuesta. Una mayoritaria y desoladora negativa. No
podemos seguir así.
Esa es la razón para que
reivindiquemos la ética de la Memoria. Es obligatorio el propósito que tenemos
que asumir sobre la importancia del recuerdo.
La gente mezcla, con absoluta incoherencia,
el perdón con el olvido. El primero es una condición subjetiva humana. Está en
el deseo de cada uno continuar o no con
la agonía que les supuso el dolor, sin motivo, totalmente condenatorio sin
paliativos, de las pérdidas de sus seres queridos. Y encima fruto de un
asesinato.
El segundo caso, el olvido, es algo
inconcebible en las sociedades modernas y democráticas. Tenemos que saber.
Tenemos que fomentar el espíritu crítico con las realidades que nos rodean.
Tenemos que aprender de los errores, así como crecer con los aciertos.
Por eso, ahora que se habla de
currículum educativo, no es baladí que insistamos en desmitificar tópicos sobre
presuntos adoctrinamientos. La Historia como disciplina científica, hecha e
impartida por profesionales, tiene que evitar los complejos sobre su
desarrollo, su contenido, sus limitaciones temáticas o temporales.
No establezcamos cortinas de humo
sobre contenidos que no se deban
abordar. No bajemos la voz. Fomentemos el diálogo, el intercambio de opiniones,
el conocimiento de los hechos y el
reconocimiento de todo aquello que pudo suponer un progreso para nuestros
semejantes.
De eso va la Democracia.
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