Noviembre, con la llegada del cambio de
hora, se convierte en un mes melancólico. Induce a la introspección. A la
tristeza serena que no tiene por qué ser negativa.
En muchas ocasiones, se producen
sentimientos de pena que se acentúan ante situaciones que, a modo de reflexión,
quizás en esta época, se interiorizan hasta hacernos plantear la rebelión
contra todo tipo de injusticias.
Se multiplican de este modo los fenómenos
solidarios. Nos preocupamos cada vez más, si cabe, por tratar de solucionar
todas aquellas causas, malamente llamadas perdidas.
No hay fin de semana sin que se produzca
un evento donde colaborar con nuestra participación, asistencia o implicación.
Pero la conmiseración, esa sensación de
pena por aquellos que no gozan de la misma calidad de vida que tú, no se puede
traducir únicamente en acontecimientos solidarios. Es preciso concienciarse que,
si bien, es muy de agradecer la conciencia múltiple que hace posible la consecución
de grandes retos, no lo es menos, la exigencia de que sean los poderes
públicos, el Estado, las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos… los que
deben ponerse como obligación poner freno a estos dramas que rodean nuestra
vida cotidiana.
De esa manera la política, ahora que
estamos en la antesala de unas nuevas elecciones generales, tiene que
convertirse en el catalizador de todo este tipo de demandas.
Podremos hacer reconocimientos
honoríficos a los miles de voluntarios que diariamente batallan para combatir
cualquier tipo de situación desagradable. Jamás estaremos suficientemente
agradecidos Sin embargo es a nuestros responsables públicos a los que tenemos
que dirigir nuestras miradas reivindicativas para hacerles ver la diferencia
entre la caridad y los derechos humanos.
No lo olvidemos, cada vez que hagamos una
acción que evite sentirnos culpables en
conciencia de los males ajenos.
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