La primavera en Extremadura es
sinónimo de cultura. Pueblos en fiestas, ferias del libro,
festivales de teatro y de música, actuaciones solidarias… salimos
a las calles con la intención de devorar todo. Como si no hubiera un
mañana.
Es, por otra parte, un momento
propicio para sembrar. Para adquirir hábitos que en otras épocas
del año ( y sobre todo de la vida) se utilizarán.
Pero, sobre todo, es el momento
de la universalización del acceso a todo tipo de producciones
artísticas y culturales. Ya no es preciso acudir a las grandes
ciudades. Ni esperar que se produzcan eventos multitudinarios, que
también, para poder disfrutar con la posibilidad de salir de la
rutina y embellecer el alma.
Me encanta, fundamentalmente,
cuando acudo a los pueblos. Me recuerda la labor, casi
evangelizadora, doctrinaria, que se realizaba en otros momentos de
nuestra Historia reciente. Donde todo estaba por hacer.
Afortunadamente, ahora no es así
y además se compite con el inmenso mundo que han abierto las nuevas
tecnologías y los dispositivos digitales, que permiten tener siempre
contigo casi todo lo que quieres.
Y digo “casi” porque falta el
contacto directo. La charla amable. El intercambio de opiniones. El
café de la entrada y las cañas de la salida. El debate.
Cierto es, que ya no se suelen
llenar los auditorios para este tipo de iniciativas, antaño
singulares en el devenir de cualquier localidad. Pero no lo es menos
que siguen quedando muchas personas que, fieles al poder de la
palabra, les agrada, les motiva, les llega a entusiasmar, el
compartir su tiempo con los foráneos.
Sigamos, pues, fagocitando,
asimilando y divulgando todas las acciones que, desde siempre, han
permitido contar historias, escuchar melodías, suspirar con los
colores y los sabores y, en definitiva, vivir muchas vidas.
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