Cuando hablamos de valores, parece que
nos referimos a cuestiones intangibles. Están ahí, pero no podemos tocarlos ni
materializarlos. Si encima le añadimos el concepto democrático, introducimos un
elemento más de complejidad.
Sin embargo, no es menos cierto, que los
valores democráticos no surgen de la nada. Hay que educarlos. En estos últimos
días hemos asistido en España a la recurrente apelación sobre la supuesta
perversión de la Democracia.
Se ha llegado al extremo de acusar, de
manera totalmente infantil, como si de un enfado púber se tratara, de
incumplimiento de sus normas por parte del Gobierno de la Nación.
Esto, que alguien podría pensar que se
trata de mentes poco cultivadas, lamentablemente no es así. Disfrazados de la pátina
de la superioridad intelectual, de la llamada a la desobediencia ante lo que no
nos gusta, se impulsa la rebelión.
Estamos hablando, una vez más del
nacionalismo. Desde el respeto a los sentimientos individuales ( no olvidemos algo
de lo que nadie duda: España es una Nación), es evidente que no podemos cerrar
los ojos ante miles de gritos que claman por su independencia. Tampoco podemos
dejar “tirados” a otros tantos que se muestran inclinados por mantener su
sentido de la identidad histórica y compartida
entre todos los españoles.
A eso se le añade el mensaje de que cualquier
mentalidad progresista estaría de acuerdo en que la frontera divide. Traza
líneas de separación. Induce a la desigualdad, a la intolerancia y a la
insolidaridad. Se olvida de aquellos que contribuyeron a hacer de su tierra un
espacio de convivencia y de progreso y elimina, a través de un Boletín Oficial,
todo ese legado.
Pero, sobre todo es injusto. Ahora, que
se ha crecido más que en otras partes del Estado se apela a no contribuir al
desarrollo de los demás. A la insurgencia contra la pobreza. A incrementar los
elementos que subrayan las tragedias humanas del paro y de los desequilibrios
en todos los sentidos: infraestructuras, financiación y modelo de desarrollo
común.
Por muchas razones y en un mundo cada vez
más globalizado, me siento, desde la asunción de las diferencias, si cabe más
internacionalista. Me alegro del bienestar de unos, como me apeno de la
decadencia de otros. Me gustaría sentirme partícipe de ambos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario