Esta semana he tenido ocasión de acudir a
dos acontecimientos, en principio muy diferentes, pero, como trataré de
demostrar, con muchos nexos en común.
Por un lado, asistí a un partido de
baloncesto, de la LEB, en la que jugaba el Cáceres, el equipo de mi ciudad. En
el descanso tuvimos ocasión de presenciar la espectacular puesta en escena de
la maravillosa cantera. Niñas y niños de muy corta edad, al lado de
adolescentes que idolatraban a sus referentes del primer equipo.
Por otra parte, en menos de 24 horas,
formaba parte de una marcha que trataba de reivindicar la figura de las
víctimas del franquismo y que partió ( como muchos de los que fueron
asesinados) desde la cárcel de Cáceres hasta el cementerio. Allí, varios
cientos de personas nos congregamos para compartir momentos de intensa pulsión
emocional.
Recuerdo como, hace unas semanas, un
diputado del Partido Popular, es decir de la derecha extremeña, me espetaba en
la Asamblea, que cómo era posible que en una de mis intervenciones en la
tribuna mezclara el deporte con la memoria histórica. Ahora intentaré desvelar
algunos motivos.
Ambos temas se buscan en torno a la
pasión, se aglutinan o logran que mucha gente se junte en la persecución de un
objetivo. En ambos casos, nos damos cuenta de que contamos con mucha gente que
sigue los contenidos y que siente como suyos, como propios, las alegrías y las
penas, el dolor y la esperanza. En definitiva, hacen posible algo tan
complicado en nuestros días como la unidad.
El trabajo en equipo es otra de sus
características. Tanto el deporte como los movimientos memorialistas tienen en
común que, cuando funcionan bien, lo
hacen al margen de las individualidades. Es la unión de muchas voces, la
suma de lo mejor de cada uno, lo que hace que los resultados sean
satisfactorios.
Además, el valor de una trayectoria
contribuye a que el resto les mire como en un espejo donde reflejarse. El
trabajo del abuelo asesinado se une al del veterano jugador. En los dos casos
se ha producido la siembra. En los dos casos las nuevas generaciones no parten
del olvido ni de la nada. Tienen algo por lo que luchar. Tienen perspectivas de
futuro que perseguir.
Por estas y por muchas razones cobran
sentido las estrofas de los versos que cantaba Maná: “como me duele estar vivo,
sin tenerte al lado amor”.
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