En una ocasión un compañero, profesor de
Historia, me comentaba que había alumnos especialmente dotados para hacerte
llegar lo que sabían. Se lo preguntaras o no. Son los típicos casos interesados
en transmitir determinada información. Venga o no a cuento.
En la ordenación de los debates cuando
alguien se dispersa, el moderador debe llamarle a lo que se denomina “la
cuestión”. Sin embargo, en política, ya
sea el foro que sea, tanto a nivel local como nacional, incluso, últimamente en
las tertulias de televisión y/o radio no hay forma de centrar el interés del
auditorio en lo que se apunta en el orden del día.
En el ámbito en el que actualmente me
desenvuelvo me sorprende, día sí y día también, observar cómo si a alguien le
inquieren sobre temas que, todos estamos de acuerdo en que están mal o han sido
deficientemente ejecutados o en el peor de los casos no se han llevado a cabo
actuaciones urgentes y/o necesarias, el interpelado en lugar de admitirlo,
esconde su respuesta acomplejada arguyendo nuevos interrogantes sobre otros
asuntos presuntamente mal hechos pero que, ¡vaya casualidad! la responsabilidad
recaería en la persona que te ha puesto en evidencia.
Algo parecido sucede cuando el
interviniente hace uso de la palabra para justificar y argumentar el objeto de
una consulta. Es el momento, en principio, para intentar dar explicaciones de
los motivos que te han motivo a pedir la
comparecencia de algún responsable. Sin embargo, en lugar de introducir los
elementos dialécticos que ayuden a los asistentes a comprender los distintos
puntos que les llevan a poner sobre la mesa una petición de aclaración, una queja,
demanda, denuncia…. te encuentras con que han utilizado el beneficio del
micrófono para espolear a los contrincantes con una batería de agravios que no
tienen absolutamente nada que ver con el objeto que supuestamente se debería
tratar.
Como decía un alumno aventajado o
interesado en el despiste en un examen “los griegos no sé pero los romanos….”
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