Desde un escaño de la Asamblea, supongo
que ocurrirá lo mismo, lamentablemente, desde otros púlpitos institucionales,
se observa la falta de respeto que en muchas ocasiones se tiene hacia el que
está en el uso de la palabra.
Parece como si la necesidad de montar un
espectáculo deviniera de la ausencia de educación, pese a que, como indica el
refrán, “ las apariencias engañan”.
Así, bajo el ropaje que da un rostro
atildado, un uniforme impoluto, una cabeza supuestamente lustrosa, se esconde
un deseo de marullerismo. ¿Dónde está la supuesta formación cristiana ante
lenguajes soeces? ¿ Cómo es posible escuchar ( sin el amparo de un micrófono)
lo que se escucha cuando interviene una mujer o uno de los que te han sucedido
en el cargo)?. Coloquialmente, diríamos, “ háztelo mirar”. Has debido estar
ausente el día que te enseñaron el funcionamiento de la Cámara. Las mínimas
normas de convivencia observables están en tu agenda de asuntos pendientes.
Parece que la impaciencia les puede y
quieren imponer un arbitrario turno de palabra inexistente. Parece que la
costumbre tiene que ser dejarse oír, aunque no
les toque o aunque esté completamente fuera de lugar lo que insinúan.
Por el contrario llama la atención el
otro extremo. La actitud pasiva ante el discurso del adversario. El “ estar a
lo tuyo”, salvo cuando repentinamente escuchas alguna alusión a tu entorno.
Entonces, raudos, vuelven a la actitud anteriormente descrita. El caos, se pone
en marcha.
Da la sensación de que solamente se
interviene para los medios de comunicación o para su grupo. Las reacciones son
silencio indiferente o aplausos enfervorecidos de apoyo al próximo.
Por último está el tema de la
sobreactuación. Ese mostrar papeles desde la tribuna sin saber qué es lo que
pone en ellos. Enseñar sin entregar. Decir sin explicar. La línea del tiempo.
Esa a la que con recurrencia volvemos. Esa a la que interpelamos para recordar
lo que fuimos o lo que fueron. Lo que hicimos o lo que hicieron ( o lo que
queremos creer o hacer creer).
En definitiva, formas. La pena, el jaleo.
Tenemos mucho que cambiar. Ya nada volverá a ser como antes.
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