Fue
muy grato comprobar el pasado sábado en el acto de investidura del Presidente
de la Junta, Guillermo Fernández Vara, cómo las cosas volvían a la normalidad.
Y lo aprecié en lo que para algunos pueden parecer pequeños detalles pero que,
por el contrario, forman parte de la idiosincrasia de la Historia de los
pueblos. Estamos hablando de los símbolos.
En
primer lugar ya se apreció que debajo del atril desde el que los oradores
dirigieron sus discursos estaba el membrete “Asamblea de Extremadura”. Sucede
igual que con ese invento de la derecha denominado Gobex y que todo el mundo ha
sido consciente del desatino que se ha venido cometiendo en estos interminables
cuatro últimos años llamando Junta de Extremadura a la que es la Institución
más singular de nuestra tierra.
Y
es que lo que no es lógico ni razonable es forzar las situaciones. Pretender
que contigo no sólo comienza algo sino que lo anterior no ha existido.
Reescribir la Historia evitando transmitir tanto lo malo pasado sino también lo
bueno y lo regular….
Alejarte
del resto pensando que nada volverá a ser como antes. Creerte ungido de poderes
sobrenaturales al haber conseguido la hazaña de derrotar a “los terribles
socialistas”. Afortunadamente no les dio tiempo a propalar invenciones como, por
ejemplo, que nos comemos a los niños, símil que ya hicieron otros tiempo atrás.
Con
naturalidad el nuevo Gobierno acomete una era de cambios. Cambios que no
suponen desterrar ni olvidar nuestro pasado. Cambios que supone reconocer
errores y asumir los aciertos. Cambios
enfocados a volver a restituir los derechos perdidos. A intentar colocar en el
frontispicio de nuestras políticas la igualdad en su máxima expresión.
De
esta forma trataremos de simplificar la vida de la gente. Intentar que se pueda
conciliar trabajo y ocio. Vivir con dignidad. Sonreír, en definitiva. Evitar el
enfrentamiento que contamina la convivencia. Pactar, dialogar, ceder y
proponer.
Claro
que sí, estamos en un tiempo nuevo.
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