Imbuidos
por la pasión, política en nuestro caso, no percibimos en numerosas ocasiones
el bullir de la calle en determinados momentos del año. La alegría de la gente
que se plasma, a la primera oportunidad que tiene, para compartir aficiones,
preferencias o simplemente deseosa de disfrutar de los espectáculos. En
especial y en estos meses, al aire libre.
Digo
esto porque recientemente he tenido ocasión de acudir a dos eventos, donde al
margen de los protagonistas que llevaban la acción, era muy revelador ver a la
gente feliz. A las multitudes generosamente sonrientes. Al despertar de la
vida.
Y
hablo desde perspectivas muy diferentes. Recuerdo hace escasamente un mes
cuando en Cáceres se celebraba el Campeonato de España de Marcha y en medio de
una tromba de agua, era continuo el devenir de los atletas de todas las edades
y de todas las Comunidades Autónomas. Una mañana muy completa en el que si te desplazabas por cualquier parte del
circuito te agradaba contemplar los gritos de ánimo de los espectadores, las
muecas y/o saludos de los atletas, el
pasmo de los viandantes…. En definitiva la sorpresa por la ruptura de la
cotidianeidad.
El
otro marco de referencia ha sido hace unos días en Arroyo de la Luz. Asistía a
la denominada fiesta del caballo. Resultó enormemente llamativo cómo miles de
vecinos del pueblo, arropados por numerosos viandantes, se echaban a la calle.
Veían el deambular veloz de jinetes y caballos. Reían hasta caer con las
peripecias de las ingeniosas carrozas. Asistían divertidos a los desfiles. En
síntesis, no sólo veían la vida pasar sino que se sumergían en las
posibilidades que da compartir la alegría.
Así
pues, de eso quería hablar hoy. Lejos de la necesaria prosa de la vida pública
pero cerca de lo que, en teoría, deben narrar los números y letras de sus
textos. De los documentos que discutimos en nuestras reuniones y Comisiones. De
nuestros debates y pugnas ideológicas. De lo que siempre decimos y en no pocas
ocasiones obviamos: de la vida de la gente. En esta ocasión, para bien. Pero
sin olvidarnos de que junto a la necesaria felicidad, al imperioso impulso por
pasarlo bien, somos corresponsables de las desgracias, de los desatinos, de la
desafortunada realidad de miles de extremeños.
Tenemos
la ocasión de contribuir a aminorar sus cargas. Tenemos que dejar el sello que
recuerde que ahí estuvimos. Que fuimos nosotros.
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