¡Menudas semanas llevamos desde el 20 de
diciembre! Es salir a la calle y pararte con todo el mundo que inquiere que
respondas a la gran pregunta ¿ qué va a pasar?
Es el problema de no estar habituado a
situaciones novedosas donde se rompe la norma: o gana el partido hegemónico de
la derecha o lo hace el de la izquierda. Como mucho, siempre estábamos
discutiendo sobre los matices de las fuerzas que, utilizando una expresión
escuchada recientemente, “ corregirían” lo que han dicho las urnas: es decir, la
presión de los minoritarios (fundamentalmente los nacionalistas catalanes) a la
hora de formar gobiernos.
Sin embargo, en la coyuntura actual se
abren varios escenarios sin precedentes. Y claro asusta. El motivo principal es
porque todos tienen altos índices de elementos negativos para aquellos que no
están acostumbrados a ceder en una negociación. Por eso se habla de líneas
rojas. De cordones sanitarios.
En esta tesitura, la discreción sería una
baza estratégica para ganar tiempo. Pero no es menos cierto que la gente, ese
concepto tan intangible, quiere, necesita, saber la opinión de sus responsables
políticos.
Parece claro que para el PSOE todo debe
girar por rectificar el daño que ha hecho la derecha a este país durante cuatro
interminables años. De ese modo, tras habernos desgañitado en la campaña
electoral argumentando los desastres del PP, lo mejor para los españoles sería
un gobierno escorado a la izquierda.
En segundo lugar, tenemos nuestras
prioridades: la agenda social. En eso convergemos con algunas fuerzas de
izquierda. Aprovechemos esa sinergia. Los socialistas, desde nuestra fundación,
hace 136 años, nunca fuimos nacionalistas. La cuestión territorial, digan lo
que digan, debería pasar a un segundo nivel.
Nos debería importar más aliviar el
hambre de un niño alemán que el intento secesionista de un puñado de
compatriotas.
Así que, en esa estamos a día de hoy:
escepticismo organizado.
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