Me comentaba un buen amigo, cuyos sabios
consejos aprecio mucho, una conversación mantenida con un vecino, acerca del
valor del voto. Ahora, que nos damos cuenta de que vivimos en una sociedad
plural y de comportamientos políticos cada día más diversos, le espetaba la
doctrina conservadora, cuando no radicalmente reaccionaria, de que a la hora de tener en cuenta las distintas
opciones de gobernar, no pueden tener la misma relevancia unos sufragios que
otros.
A muchos personajes de ese entorno les da rubor
reconocer el carácter elitista, más bien discriminatorio y esencialmente
antidemocrático, de aquellos que se percatan que hay formaciones políticas de
reciente creación que han recibido millones de votos el 20 de diciembre y les
parece injusto. No reconocen que quizás sean
producto del desencanto. Quizás hijos de la desesperación acusada, impulsada y
en no menos ocasiones, creada, por la derecha. Ya no son sólo “perroflautas”.
Tampoco es de recibo apelar a las comparaciones
del peso del voto clásico, informado dirían. Es algo parecido al alegato que
publicó en 1983 en El Faro de Vigo el actual aspirante a la Presidencia del
Gobierno, Mariano Rajoy. En esa ocasión hacía alusión a la estirpe. Al
determinismo histórico. A los condicionantes físicos y psíquicos. Constataba
presumiblemente la desigualdad, como señalaba incluso “ no sólo desde el
momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación”.
Viene a decir la derecha ¿ a quién se le ocurre
pensar que puede valer lo mismo el voto de un obrero que el de un empresario?,
¿ el de un analfabeto que el de un intelectual?, ¿el de un “hijo de buena familia” que el de
un “ recién llegado?
Filosofando volveríamos a redundar aquello de “
un plato es un plato”. A lo que yo
añadiría, oportunamente en este contexto “ y una abstención un sí”.
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