El piélago es una zona oscura del océano
donde la luz del sol no llega. Se trata de ese espacio en el que los organismos
que lo habitan no pueden observar nada. Sirva esta metáfora para hablar un poco
de la situación política actual.
Durante los últimos meses, en aras de la
transparencia, hemos asistido a numerosos pronunciamientos en los que se
alegaba que todo valía en política. Se podía vociferar. Acusar sin pruebas.
Exigir responsabilidades de arriba a abajo, o de abajo a arriba sin, presuntamente,
orden ni concierto. Escaseaba la tranquilidad. Se impulsaban las prisas.
En efecto, todo ha ido muy rápido. Con
poca reflexión. Con pocos espacios donde compartir, desde la profundidad de los
planteamientos, la discusión en la diversidad. O están conmigo o estás contra
mi, sustentaba el vulgo.
Pero
lo más lamentable es que no se han seguido las mínimas reglas de juego
de la democracia: la aceptación de los resultados. La suma en torno a la
mayoría manteniendo mi carácter de crítico. Se ha preferido actuar desde la
confrontación: “ ya nos veremos” parecen decir. Mal asunto.
Por eso es fundamental que paremos. Que
demos tiempo a la serenidad. Que cada uno trabaje en lo que mejor se le de.
Que, en definitiva, demos muestras de que somos capaces de construir grandes
cosas, pues formamos parte de grandes equipos humanos.
Proyectos sólidos atraen extraordinarios
líderes. Reconstruyamos nuestros mensajes. Está claro que hemos fallado. Ya nos
hemos percatado suficientemente. Tengamos, ahora, la habilidad, de buscar las
fórmulas para, desde la fortaleza que da una base consistente, rodearnos de
referentes que nos acompañen.
Quiero suponer que no se va a hacer larga
esta travesía. Quiero pensar que cuando antes dejemos de cavar la zanja, antes
volverá el resurgir de la izquierda con vocación de gobierno. Es decir, del
PSOE. Cabalguemos. En eso estamos.
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