He
leído una publicación de Ángel del Río Sánchez sobre las políticas de la
memoria. Rápidamente me ha inducido a una serie de reflexiones, que dada la
limitación del espacio de este artículo, trataré de sintetizar.
De
entrada, nos recuerda el autor que el siglo XX (es decir, prácticamente
ayer) fue el siglo de los genocidios:
los armenios, Camboya, Guatemala, los tutsis en Ruanda, la exYugoslavia…
Si
nos situamos en la España desde la guerra civil a nuestros días, el extremeño
Francisco Espinosa dividiría el periodo en 4 etapas: la Dictadura viene
representada por la negación de la memoria. La Transición (1977-1982) por la
política del olvido (impulsada por la Ley de Amnistía de 1977). Los primeros
gobiernos socialistas (1982-1996) por la suspensión de la memoria (
posiblemente debido a la influencia del golpe de Estado del 23-F). Los primeros
gobiernos del PP ( 1996-2004) por el resurgir de la memoria. Así, llegamos
hasta nuestros días, marcados por el hito de la
conocida como Ley de Memoria Histórica durante el Gobierno socialista de
Zapatero en el año 2007. Fue el primer intento y gran avance al tratar de
saldar con instrumentos institucionales la deuda contraída con las víctimas del
franquismo. Ahora le está tocando este papel a las Comunidades Autónomas.
Uno
de los tímidos progresos conseguidos ha sido la renovación de la terminología.
Ya no se habla de ejecutados, sino de asesinados. De paseados, sino de
desaparecidos. De Alzamiento, sino de Golpe de Estado. De Caudillo, sino de Dictador.
Se
han vuelto a poner de actualidad, quizás por la judicialización de la memoria,
asuntos de los que muchos habrían querido permanecer un tupido velo: los casos
de bebes robados, los actos de reafirmación en cementerios y en lugares de la
memoria, donde se leen listados de víctimas, poemas, se entonan canciones e
himnos… o los trabajos forzados de los presos esclavos que contribuyeron a la
realización de grandes obras públicas ( como los canales) y al enriquecimiento de algunas fortunas de
este país. Peculiar fue, en este sentido, el asentamiento de los familiares de
los presos en torno a estas obras, generando en algunos casos auténticas
barriadas obreras, baluartes en un futuro próximo de la izquierda
antifranquista.
Hoy
estamos a tiempo de poner en valor este enorme potencial afectivo organizando,
por ejemplo, visitas de escolares y personas interesadas (como sucede en
algunos países de Europa) gracias a los emprendedores de la Memoria. Porque,
como decía Saramago “recordar es vivir y
mantener vivos los sueños”.
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